lunes, 5 de marzo de 2012

Capítulo Dos - La voz del viento


Capítulo Dos

En el orfanato conocí a muchos otros niños como yo, huérfanos, famélicos, y sin ningún futuro; al menos en aquel momento. Traté con ellos y llegué a conocerles muy bien.
En los oscuros días de ese pasado aprendí muchas lecciones y comprendí cuan dura puede llegar a ser la vida cuando pasas encerrado en un lugar así; pero, eso no era lo peor de nuestro destino, quizá para ti no tenga importancia lo que voy a referir; aunque, alguien que haya adolecido de lo mismo, sabrá comprenderme. A lo que me refiero es; que lo más doloroso eran los inviernos con la habitación tan fría y desolada, que en navidad no hubiera presentes del Niño Jesús o los Reyes Magos, y sobre todo lo peor de esta letanía de cosas aparentemente insignificantes, era que no estuviesen nuestros padres.
Luego venían otras fechas —quizá sin importancia para ti—, como el día del niño y era lo mismo, mientras otros festejaban y se agasajaban entre risotadas y pastelazos, nosotros teníamos que conformarnos con los simples e insípidos juguetes que el ayuntamiento nos otorgaba como donación para engañar a nuestra ingenua tristeza.
Esto nos alejaba a los huérfanos de las personas que no lo eran. Ellos nunca podrían comprender, porque cuando a ellos les faltaban los padres, ya eran sujetos formados y contaban con los hijos, o cualquier otro familiar, tal vez los amigos o alguna otra persona que estuviese próximo cuando le necesitasen, pero un huérfano de seis años no goza de esos privilegios.
Éste sólo se tiene a sí mismo, y para él, sus carencias son mucho más dolorosas y palpables cuando ve a la gran mayoría que no padece de ellas; así pues, las preeminencias de un huérfano son diferentes a las de quienes no lo son, y lo que para alguien es bueno, para otro no y viceversa; si es tan difícil para ti concebir lo que digo, es porque no has estado en mi pellejo; un niño apenas inicia en la aventura de la vida y su carácter aún es maleable, por lo que dicha carencia repercutirá de algún modo en su desarrollo futuro.
Recuerdo cuando íbamos al colegio en las mañanas brillantes de los primeros días del internado, antes de que todo se oscureciera; una de las encargadas nos acompañaba al salir a la calle, caminábamos por el pavimento y pasábamos por una casa de estilo colonial con un gran patio, donde había un enorme árbol de mangos; y cuantas veces vimos los hermosos frutos, rojos y carnosos pender en lo alto, apetitosos y tentadores y más de una vez quisimos alzar una mano y cortar alguno, pero esos deseos morían antes de nacer.
Si sigo recordando cada deseo insatisfecho, cada crueldad de la vida por la que tuvimos que pasar mis hermanos del orfanato y yo, no acabaría nunca con esta memoria. Te preguntarás, qué importancia tiene un árbol con mangos y por qué estoy recordando eso; pero, sí la tiene, para mí sí.
Con el paso del tiempo aprendes a vivir sin ciertas cosas, y a veces imaginas como que se te olvida o que no te importa; pero cada recuerdo de este género provoca una pequeña punción en el corazón que inyecta la amargura dentro de él, causando la congoja y en los espíritus débiles mediante su acción devoradora y ruin hace nacer el odio.

Sólo unos meses después de mi ingreso al orfanato, pude darme cuenta de ciertas irregularidades en la institución; a pesar de mi corta edad, sospechaba que estaba acaeciendo algo velado a mis ojos, había ciertas cosas que no marchaban bien, pero no identificaba exactamente de qué se trataba.
Por las noches, si paseaba por los dormitorios, podía escuchar lamentos y casi inaudibles quejidos, nadie decía una palabra, pero todos sabían cual era su origen.
Me resultaban extraños, ya que a mí no me había tocado aún, tener el gusto de la primera experiencia enriquecedora, —según palabras de una madre—, de que la mayoría ya había gozado. Todo se mantuvo en secreto y me dejaron con la duda durante mucho tiempo.
Luego vino la dictadura de la Vieja Chichima, ese sobrenombre le puso uno de los niños que navegaban por este mismo mar de infortunio; su nombre era Rodolfo.
Me contó que hacía mucho tiempo, —ya te imaginarás lo que un niño de cinco años puede tener por concepto de mucho tiempo—, había escuchado de una horrible bruja que tenía los pechos tan viejos y estirados que le arrastraban por el suelo y para no pisarlos al caminar se los enrollaba en rededor del cuello.
Este ser maligno e inmundo cazaba y se comía a los niños pequeños. Y mira qué casualidad, mi amigo Rodolfo realmente acertó con este sobrenombre; la vieja Chichima era una mujer que se suponía que debería cuidarnos y ver que todo estuviese en orden para beneficio de los huérfanos que vivíamos en el orfanato; pero lo que hacía cuando nadie le veía, era sacarse los pechos caídos y lánguidos, para que se los chupáramos cuando le apetecía. Me colgaba de ella con gran emoción, como un crío de un año de una mamila, sin pensar en nada más, quería encontrar un sustituto de mi madre, me sentía más pequeño e indefenso cuando estaba en sus brazos, pero los motivos de aquel aberrante abrazo diferían mucho para cada uno de los implicados.
No digo que haya sido demasiado desagradable para mí, sobre todo por la necesidad tan grande que tenía de una madre que me protegiera; pero ahora que tengo esta edad, me doy cuenta que lo que hacía esta mujer rancia no era actuar como madre, si no como otra cosa y haber sido tan estúpido me avergüenza.
¡Sí, ya lo sé! Pero no es lo mismo opinar cuando no fuiste tú al que se lo hicieron.
Sé que era pequeño, sé que sé trató de un abuso, pero aun así me apena demasiado.
En realidad no hay motivos para que te de detalles de las actividades diarias a las que nos sometía la Vieja Chichima; puedes hacerte una idea con sólo lo que te he contado de ella, era una mujer de unos setenta años, con un cuerpo esquelético y unos pechos largos, arrugados y malolientes.
Seguro ya debe haber muerto; pero, mientras vivió y estuvo en el orfanato, a más de uno le hizo la vida un martirio con sus vicios inmorales.
Las niñas que estaban separadas de nosotros padecían sus propias penas, allá también había Viejas Chichimas, pero esas eran peores, a nosotros sólo nos ponía a hacer lo que antes mencioné, pero a algunas de ellas las ultrajaron, dejándolas muy heridas y con fiebres durante días, cuando se recuperaban volvían con lo mismo una y otra vez.
Un día, sin sospechar lo que había sucedido, vi pasar una niña con la falda llena de sangre; pensé que se había herido jugando con las otras, ¿qué ingenuo verdad?
Más tarde me daría cuenta de todo. ¿Qué cómo sé todo eso si las niñas no estaban con nosotros y no hablaban de esas cosas? Lo supe de la forma siguiente:
Una vez, cuando nadie nos miraba, me encontré con Zoila en uno de los tocadores, era una de las huérfanas más mal tratadas, tenía unos doce años.
¡Espera, no pienses mal!
No es lo que crees.
Te decía, me encontré con Zoila; esto sólo fue casualidad, ya que pocas veces dejaban de vigilar a las mujeres, precisamente para evitar estos encuentros; cuando estábamos dentro de uno de los cuartos de baño, ella me dijo todo lo que sucedía. Para ese entonces ya tenía nueve años y comprendía todo un poco más, —en la medida que alguien de esa edad puede hacerlo—. Me mostró lo que le habían hecho, es lógico que no había ninguna intención de tipo erótico, por dos razones; a pesar de mis nueve años, aún aparentaba seis y la que pesaba más; ella no estaba en condiciones físicas o psicológicas de acoplarse con alguien en ese momento y no lo estaría en mucho tiempo, por el contrario, lo que Zoila buscó en mí fue una persona en quien confiar y desahogar toda esa amargura que le estaba asfixiando.
Era terrible, seguro que la muchacha aún debe tener problemas en su vida íntima.
Baste con decirte: yo, que sólo tenía como referencia las miserias de la Chichima, cuando vi a Zoila pude darme cuenta de que el daño de su cuerpo era demasiado grande.
A razón de la plática que sostuve con Zoila —la curiosidad, que es mala consejera se despertó en mí—, quise ir a ver con mis propios ojos lo que allí pasaba y entré al cuarto de castigo de las niñas, todo era increíble, no describiré los horrores que allí dentro se gestaban, sólo te diré que tenían una gran cantidad de dispositivos que en su momento no entendí muy bien que eran, pero que con el paso de los años, he venido a conocer gracias a la ilustrativa televisión y ahora puedo asegurar que no eran muy castos los castigos infligidos a las víctimas.

Para qué relatar el día que perdí mi inocencia, si ni me acuerdo cuando me la robaron, y no supe si fue la Vieja Chichima o cualquiera de las otras monjas que nos cuidaban.
Sí, no te sorprendas, se trataba de monjas, y todas ellas tenían aficiones paidófilas.
Creo que la Vieja Chichima era una de las menos pervertidas.
Las otras estaban completamente enfermas, y su lista de parafilias te sorprendería y quizá hasta te causaría horror.
Si tuviéramos presentes a cada uno de los huérfanos ahora, quizá ellos podrían agregar algo a esta historia. A mí siempre, gracias a Dios, me excluían de los juegos que se les ocurrían a las viejas.
Una vez escuché a alguien decir, que las madres tenían como maestro inspirador a un tal Marqués de Sade y que toda esa basura que nos hacían, eran sólo fantasías y situaciones que habían leído en los libros de ese señor.
Como te dije, nunca leí un libro en mi vida, sólo aquel de que te hablé, el del niño que se llamaba Max. Nunca supe que tan cierto fue eso de las lecturas sucias, pero, si ese tal Marqués enseñaba esas cosas a las monjas, deberían destruir sus libros y no dejar que ninguna persona, enferma o no, los lea, le evitarían a la sociedad, aunque sólo fuera a la de los huérfanos, muchas penurias y vergüenzas.
Un día hubo un accidente, no sé dónde tuvo su origen, pero uno de los huérfanos que vivió con nosotros —el cual ahora está rehabilitado y es quien me mencionó lo del Marqués—, me comentó que la muerte de la madre Juana tuvo que ver también con las filosofías del tal Marqués.
No me dio más explicaciones, sólo supe que la vieja se había colgado de una soga; cuando le encontraron, vieron que había un cirio que se suponía, debía quemarla y dejarle libre, pero éste se apagó por la acción de una ráfaga de viento y la vieja se quedó colgada hasta que murió de asfixia. El cadáver fue encontrado sin los hábitos, sólo con la ropa interior y en la mesa estaba abierto un libro que explicaba una escena semejante.
¿Cómo? ¿Quieres saber el autor?, no lo sé, casi no conozco de esas cosas.
Me dijo también, que a un lado había fotos de las niñas, y de una estrella de la pantalla grande, la cual, en sus ratos de ocio se dedicaba a hacer películas de adultos.
Te repito, todo eso lo sé de segunda mano y no sé si sea verídico.
Que gracioso que haya comenzado a contarte esas cosas, pero déjame que me desahogue, también forma parte de lo que me tocó vivir y no quiero cargar con todo eso antes de irme. ¿Sabes qué?, nunca fui persona religiosa, no creo en los sacramentos, por eso, en lugar de llamar a un extraño para confesarme, decidí hacerlo contigo, pero, en vez de contarte mis pecados comencé a hablar de los otros.
Espero que no te haya aburrido y sigas escuchándome hasta que llegue al final de mi historia.