domingo, 12 de abril de 2015

Nueva información de la novela La voz del viento


Una foto tomada por el autor.
He recuperado el acceso a este  blog, lo primero que haré es actualizar los textos ya que tengo una versión corregida de “La voz del viento”, con una nueva portada y algo de información de nuevos proyectos.

La primera edición de esta novela fue publicada en mayo del 2011 mediante el blog www.alvaleri.com y tenía algunos errores, tanto en la maquetación, como en el texto.

La versión que actualmente está en este blog fue publicada en el 2012 y es la segunda edición.
Publiqué la cuarta edición en Wattpad en el 2014.

La edición que publicaré actualizaré será la quinta edición, 2015.



Muchas gracias a las personas que han creído en mí y en el trabajo que hago, su apoyo me ha ayudado a mejorar día con día.

lunes, 5 de marzo de 2012

Prologo - La Voz del Viento



No reduzcamos la estima a la familia, la indulgencia al egoísmo. Puesto que en el cielo hay más alegría por un pecador arrepentido que por cien justos que no han pecado nunca, intentemos alegrar al cielo.
Alejandro Dumas




Prólogo

Desahuciado, en la cama del aséptico y deprimente cuarto de este hospital, a un paso de entrar al otro mundo, comenzaré la historia de cómo llegué a caer aquí.  ¿Has traído la grabadora?
¡Oh dios! Espero me alcance el tiempo para llegar hasta el final, de no ser así, de nada valdrán mis esfuerzos y que te haya molestado para que vinieras a verme.  
Me alegra que hayas conseguido una. ¿Puedo empezar a contarte entonces?

Capítulo Uno - La voz del viento


Capítulo Uno

Mi historia no inicia aquel lejano día, pero deseo comenzarla desde ese acontecimiento, del que conservo el más horrible recuerdo que en toda mi vida haya concebido.
En aquel entonces, mi madre, que en paz descanse, me tenía en brazos; yo lloraba desconsolado debido a que había rodado por las escaleras de la vivienda que alquilaba mi padre; ese día ella horneó unos pastelillos y pensaba servirlos en la destartalada mesa para la merienda, cuando, de repente escuchó el seco golpe de mi cabeza al estrellarse contra el piso; de inmediato, asustada corrió a socorrerme, me levantó del suelo y me colocó sobre una silla de madera que estaba en una esquina, me recosté contra el muro de la cocina y se me llenó todo el rostro de sangre por culpa de una herida que me había hecho en la frente; estaba muy asustado, cuando me vi cubierto por aquel líquido rojo, lloré aún más fuerte, porque pensé que iba a morir.
Después de tantos años, y al recapacitar acerca de todo aquello, pienso en los errores que cometemos los adultos con los hijos, ¿qué poder es el que influye en nuestros recuerdos que nos hace olvidar nuestra propia infancia y perpetramos las mismas faltas que cometieron con nosotros?
Cuando un pequeño se hace daño a sí mismo en un simple percance, sea motivado por sus inocentes juegos o por un descuido, algunos padres utilizan impetuosas reprimendas sin escucharlos, otros los miman y consienten, pero, tampoco les oyen, ¿sabes qué pasa por la mente de un niño que acaba de lastimarse? Para él conceptos como vida y muerte existen de una manera muy lejana, no ha tenido el tiempo suficiente para comprender que es eso, aunque, creo que nunca logramos comprenderlo a fondo, y ese dolor que siente, y lo que está sucediendo se confunde con dichas ideas difusas.
Podrías decirle mil cosas y si le reprendes y amonestas, te miraría sobrecogido cuestionándose porqué le hablas así, y lo peor, que pueda instaurar una relación en su intelecto de sentimiento de culpa cada vez que se ve implicado en un insignificante incidente, como el de aquella tarde, porque, aunque doloroso e inoportuno, era patente que no era mi culpa, pero esa idea estaba arraigada en mi cerebro, y esto es un ejemplo de lo que trato de explicar; seguro que ese presentimiento tenía sus orígenes en algún conocimiento adquirido empíricamente, por lo que el niño, —en este caso yo—, en lugar de incorporarse y proseguir como si nada hubiese ocurrido, está aprendiendo a seguir afligiéndose por un intervalo más prolongado después de un desdeñable revés.
Así es, por eso, cuando un pequeño llore frente a ti, escucha lo que te dice y no le juzgues antes.
Claro que sí, mi madre no lo hizo, pero creo que tampoco se dio cuenta del desasosiego que me dominaba aquel día.
Ella alcanzó rápidamente en algún escondrijo, un trozo de frazada; primero me secó las lágrimas y de inmediato procedió a retirar la sangre en rededor de mi cabeza, mi padre trajo un barreño con agua purificada y con ella me lavaron la herida hasta que quedó limpia. Luego, con mucho cuidado, cortaron el cabello en rededor de esta y como no disponían de un dispensario de primeros auxilios en casa, mi madre improvisó unos vendajes con tiras de una franela. Cuando hubieron terminado, me abracé fuertemente a ella y en su regazo lloré hasta que mi dolor se desvaneció.
Mil pensamientos se deslizaban por mi pequeño cerebro, se escabullía la imagen de mi rostro cubierto por la sangre, no el real, sino el que había visto desde mi interior.
Me sentía tan mal, que no me daba cuenta de lo que mi madre hacía por mí, es más, nunca había notado que estaba en los brazos de una persona que me cuidaba y me daba todo lo que deseaba sin pedirme nada y yo cada vez exigía más de ella.
Entre las alucinaciones que vinieron después del severo impacto y la pronta curación de mis padres, las lágrimas convirtieron en una desventurada memoria los últimos momentos que pasé con ellos; si hubiese sabido que no les volvería a ver en la vida, quizá no hubiese gastado esas horas con mis bramidos patéticos, porque esas lágrimas derramadas sin sentido, solo fueron las que inauguraban la serie de llantos causados por los horrores a los que debía enfrentarme en el futuro inmediato. Siempre había sido afortunado, era el hijo único, y tuve para mí solo el amor de mis padres y su comprensión; mi padre trabajaba en una fábrica de tornos en las cercanías de nuestro hogar, tenía muchos años de hacerlo, creo que desde antes de mi nacimiento. Realizaba su trabajo con gran vehemencia, pues le había escuchado decir que después del tiempo con su familia, era lo que más disfrutaba en su vida.
Todos los días llegaba con su atavío cubierto por el hollín y restos de las rebabas de los metales con los que se fabricaban las piezas que vendía la compañía y a pesar de que estaba exhausto, me dedicaba algunas horas; salíamos a caminar en el perímetro de la localidad, a veces íbamos al campo plagado de flores y mariposas y otras a una playa repleta de gente que se divertía ayudando a los pescadores con sus redes inmensas; también, de vez en cuando jugábamos a la pelota, era un gran compañero de juegos, buen amigo y un excelente padre; pero ese maldito día, él y mi madre salieron de la mano, como siempre lo hacían cuando el horario lo permitía; fueron a la tienda para comprar un poco de alcohol y antibiótico para curar las heridas y yo me quedé solo en la casa por unos momentos, desde entonces, no supe más de ellos. Desaparecieron como si se los hubiese tragado la tierra, el misterio aún no se devela, y quien haya visto algo, nunca abrió la boca, todos se pusieron de acuerdo para ocultarme la verdad.
Sufrí mucho fantaseando sobre lo que pudo haber ocurrido, aunque en la mente de un niño de seis años no hay lugar para imaginar lo malo que existe en este mundo cuando ha vivido en la burbuja artificiosa y quimérica que la familia le crea en rededor.
Aun así, mi imaginación voló entre galería de tragedias posibles; pero eso sucedió muchas horas después de su partida, cuando tuve un poco de conciencia de mi situación; sobre todo con la hipertermia que me estaba acometiendo, la cual favoreció a que tuviera unas alucinaciones muy bien recreadas en las que les veía en las situaciones más diversas y pintorescas, que de seguro, de no haber estado delirando, nunca hubiese concebido de manera consiente.
Veía llegar un helicóptero con soldados, que arrestaban a mis padres en pleno centro y los llevaban a una región en los desiertos de Pakistán como prisioneros de guerra, o que eran interceptados por una peligrosa pandilla en la calle, quienes los enrolaban forzadamente en sus filas y los obligaban a trabajar para ellos, también en el cinema de mis delirios, vi una secta religiosa, quienes con engaños los habían convencido a asistir a un culto cristiano que terminó por ser una mentira para raptarlos y pedir un rescate para liberarlos.
Todas estas alucinaciones eran inverosímiles en un niño de mi edad, siempre que dicho niño se haya mantenido al margen de las noticias y toda esa información que lanza la televisión.
Las visiones posiblemente tenían sus orígenes, en las películas que veíamos a diario en nuestro viejo televisor, ya que mi padre traía diariamente cintas rentadas de un austero videoclub del vecindario, y en la casa nunca faltaba ese torrente de imágenes exageradas y enfermas de violencia que son las películas de Hollywood.
Esas escenas fueron las que despertaron mi imaginación de tal manera que me introdujeron en aquel estado morboso de delirios fantásticos. Amigo mío, tú que de seguro ya has de ser padre, no permitas a tus hijos pequeños que vean la televisión indiscriminadamente. Mira como me persiguen esas pesadillas desde aquellos días de mi infancia, y cuando cierro los ojos siendo ya un adulto, puedo ver entre las tinieblas algún personaje de Steven Spielberg o H. R. Giger que se los llevó a habitar alguno de sus infiernos.
Es innecesario ser atormentado en esos primeros años por fantasmas y criaturas irreales, que para los pequeños de la casa son tan verosímiles como lo son sus mismos padres.

Mundo cruel en el que nos tocó vivir, que cliché; pero es una verdad rotunda hasta en el último momento de nuestra existencia.
Tantas cosas pudieron haber ocurrido; quizás quedaron con deudas pendientes y alguien se encargó de cobrarles, tal vez sólo uno de ellos era deudor y arrastró a su pareja a un infame destino por su incumplimiento, incluso ambos pudieron ser inocentes y fueron sólo víctimas de las circunstancias; ¿quién podría saberlo ahora? Los que lo saben, si es que alguien posee ese conocimiento, nunca hablaron.
Lo único cierto es que jamás volvieron a pisar nuestra casa.
Como vivía en un universo paralelo al mundo real, en mi inexperta cabeza no lograba imaginar exactamente qué posibilidades se listaban en el itinerario de sus captores, sólo esas alucinaciones de las que hablé hace unos instantes y claro, no fueron producto exclusivo de mi desbordada imaginación, las películas habían tenido algo que ver y a ellas les corresponden los derechos de autoría.
Ahora que he perdido esa inocencia, empiezo a darme cuenta con un poco más de objetividad de lo dramático del asunto y las posibles desventuras y fatalidades a las que fueron sometidos; sin embargo, cuando eres un pequeño y estás en ese mundo de blancura, con el calor de una madre protectora, te sientes seguro, como el pequeño e indefenso polluelo entre las alas de su esponjada y solemne gallina progenitora; así me sentía yo, como esa inofensiva ave de corral que es arrancada del seno materno cuando su madre se convierte en caldo de gallina. Fui a descubrir el mundo frío desmesurado y brutal por culpa de no sé qué lunáticos y porque a alguien se le ocurrió convertir a mis padres en estofado.

En esa burbuja de cristal donde se encierra al pequeño para que no sea magullado por su entorno, precisamente es la que puede dañarlo, el fin de esta es proteger al susodicho, pero termina por incapacitarlo para las situaciones más triviales y no le permite tomar decisiones acertadas cuando le amenazan otras más comprometedoras; esto provoca que el individuo carezca de las herramientas más elementales para enfrentarse con la dureza de la vida.
Sentí realmente esa omisión, cuando empecé a cometer errores; llámese privación de conocimientos, de experiencia, escasez de malicia o como quiera que le designemos, me hizo falta en muchas ocasiones, pero también puedo proclamar, que el hombre se adapta a cualquier situación después de un periodo razonable de tiempo, porque en mis futuras correrías, mis coetáneos se encargaron de convertirme en el bruto endurecido e insensible que soy ahora. Gracias a mi grande y poderoso Dios, la herida cicatrizó rápidamente y el sangrado se detuvo, si no hubiese sucedido así, pienso que habría muerto de alguna infección, pues me quedé en la casa, solo y débil por la pérdida de sangre y las heridas no habían sido desinfectadas.
Me impacienté cuando noté que mis padres no volvían, y me di cuenta realmente de su ausencia cuando comencé a sentir el hambre. Es lógico que quien lo recibe todo en la mano o en la boca, no se dé cuenta de lo que se está haciendo por él, pero cuando se enfrenta con la pérdida de aquella merced, la decepción puede ser demasiado cruel.
Busqué comida en el frigorífero, sólo había vegetales y un pedazo de pollo congelado, si quería comer debía cocinarlo yo mismo, pero, ni siquiera alcanzaba los quemadores de la estufa.
Me atrapó una gran ansiedad, intenté calmarme y esperar a que volvieran; durante ese intervalo de tiempo busqué algo con que entretenerme, cuando traté de encender la televisión, recordé que habían cortado la energía eléctrica esa mañana, luego caminé en rededor de la sala buscando no sé qué, hasta que en el escritorio del estudio vi dos pequeños libros, de los cuales, sólo recuerdo el título de uno de ellos, precisamente del que no leí, se trataba de las Ninfas de alguien de apellido Umbral; el otro, no me preguntes, porque no lo recuerdo; pero hablaba de un pequeño muchacho que se sentía seguro dentro de la casa paterna donde intuía que cohabitaban dos mundos contrarios, de su fascinación por éstos y cómo, poco a poco, iba alejándose de uno de los dos extremos, para adentrarse en el otro.
Había perdido aquel universo que: "debía mantenerse para que la vida fuese clara y limpia, bella y ordenada", para encontrame con la perdición del mundo fuera del entorno familiar. Decía no sé qué cosas de unas hermanas, yo nunca tuve hermanas, no entendí bien eso de las hermanas. Hablaba de un padre, de una criada y de muchas otras cosas, sólo te lo comento por si conoces el nombre me lo digas, porque a mí se me borró de la memoria por completo, de lo único que sí me acuerdo es, que había un personaje llamado Max.
Yo también poseía una recamara y ésta no era azul, sino blanca, como blancos eran los sueños de mi infancia, y era el insignificante envoltorio que me aislaba como el cascarón de un huevo, del mundo exterior, del cual tanto hacía referencia aquel escrito, en él hacía mío cada día, y dentro de este habitaba como flotando entre nubes de algodón y cielos iluminados por un sol resplandeciente; pero, cuando vives entre las nubes, es seguro que el día menos pensado te caes de allá arriba y te rompes la crisma.
Había tenido un hogar, en ese orden de la casa paterna estaba la esfera del bien, pero de golpe había sido lanzado al lado opuesto, igual que el personaje de este libro.
Ahora era un miembro más de los del lado oscuro, sin quererlo, sin haberlo buscado, sin haber mentido, como hizo el héroe de la pequeña historia, me había ganado el boleto para la maldición eterna; no lo dudo, seguro andaba entre las nubes, cuando me resbalé de aquella escalera y me rompí la cabeza.
Leí ávidamente —no recuerdo si te comenté alguna vez, que aprendí a leer cuando tenía tres años y asistía al preescolar— leí ávidamente, sintiéndome cada vez más identificado con aquel mozuelo, hasta un momento que acerté a encontrar algo acerca de Caín y Abel. No comprendí muy bien lo que quiso explicar el autor, ya que era muy joven y poco había escuchado de dicha historia, me confundí mucho, no fue hasta que conocí mi amigo del que te contaré más adelante, y que ya había mencionado, cuando me hablaba del diablo y de que nosotros éramos sus hijos; no fue hasta que lo conocí a él, que entendí a qué se refería ese pasaje, y por qué él nos llamaba a veces hijos de Caín.
¡Qué difícil es comprender lo que ese concepto significa para alguien que ha vivido toda su vida del lado de la luz!
Es del mundo sesgado que conocemos como te he dicho antes; es esa parte de todas las cosas que negamos o escondemos, por ejemplo, los hombres se visten y cubren su desnudez, porque quieren esconder esa parte de su condición humana, desean olvidarse ante los demás, que igual que cualquier animal, también poseen órganos sexuales.
Y van aún más allá, porque no sólo lo disimulan con la ropa, también utilizan perfumes para cubrir los olores y ciertos modelos de conducta para frenar los instintos. El resultado es un hombre domesticado y es precisamente el hombre que ha dejado de serlo, por culpa de la tonta tendencia a negar los hechos más naturales del mundo; pero nosotros, los que no tenemos a nadie que nos domestique, que vivimos en el mundo salvaje de las malditas calles; nos convertimos por ratos en bestias que siguen a sus instintos, y en otros en hordas hambrientas que son capaces de todo con tal de saciar sus estómagos hinchados; pero, eso es sólo el resultado de las necesidades fisiológicas de las que te había hablado, porque el hombre después de haberlas saciado, vuelve a ser hombre, vuelve a razonar y se tranquiliza, pero la naturaleza del mal está ahí, en su corazón, esperando la chispa detonante para salir a la luz con una explosión.
Un ser humano integral debe saber controlar esa bestia sin que lo devore; pero también debe aprender a no ser un hombre domesticado.
Debemos saber convivir con la fiera y caminar de la mano de ella, pero siempre manteniendo el mando y no permitiendo que ella nos domine. Tampoco hay que negar que exista, porque ella está ahí, y si pretendes encerrarla dentro de las rejas de tu corazón, lo devorará sin remordimientos y sólo te hará daño.
Es tan complejo esto del aprender a vivir. ¿Y cuantas verdades no lo son tanto y cuantas mentiras verdaderamente lo son?
Hay quien dice, "sigue los dictados de tu corazón", pero, esto no es más que seguir el instinto, al igual que lo hace cualquier animal, ¿y sabes?, ellos nunca se equivocan. Mucho razonar te hace cometer errores.
También hay que luchar contra los que nos quieren imponer sus ideas y sus formas de pensar, si estas no van de acuerdo con las propias.
Quizá, no como lo hice yo, ya que tropecé demasiado pronto, pero hay otros caminos y esos debes buscarlos, no esperar a que lleguen hasta tu puerta, así como aquel día, que permanecí sin actuar, vas a ver lo que te digo; porque si hubiese decidido salir de la casa en ese momento y perderme por las calles, mi historia hubiese sido otra; más adelante verás por qué. Esperaba a que volvieran y me decía —quizá sólo habían tenido un contratiempo insignificante—, cuando comprendí que no volverían, ya había pasado una semana, mi ropa estaba sucia, mi estómago vacío y el dueño de la casa tocaba la puerta para exigir el pago de la renta; cuando se enteraron de lo sucedido, sacaron las cosas a la calle y a mí me mandaron a un orfanato sin explicarme nada. Para que me cuidaran, —según ellos—, mientras mis padres aparecían.
Lo cierto es que pasaron los años y aquellos nunca volvieron.
Entre sueños, aún puedo recordar de manera brumosa, como los veía volver. Pero todo, no era más que un espejismo creado por mis propias esperanzas, habían desaparecido para siempre.
Todos lo sabían pero no me lo decían; la gente con la que convivía me miraba y cuando hablaba de mis padres, de que un día regresarían, bajaban la mirada incómodos y trataban de desviar la conversación para otro tema. Continué mi camino por la vida con esa espina clavada en el corazón, y cuando había algo que me recordara a los que se habían ido sin avisar, se clavaba un poco más en mí.
Si hubiese salido a buscarlos y me hubiera perdido por la ciudad, ¡sí! , hubiese caído en la indigencia, hubiera rodado quizá entre el vicio; pero, sin duda nunca hubiese conocido ese maldito orfanato.

Capítulo Dos - La voz del viento


Capítulo Dos

En el orfanato conocí a muchos otros niños como yo, huérfanos, famélicos, y sin ningún futuro; al menos en aquel momento. Traté con ellos y llegué a conocerles muy bien.
En los oscuros días de ese pasado aprendí muchas lecciones y comprendí cuan dura puede llegar a ser la vida cuando pasas encerrado en un lugar así; pero, eso no era lo peor de nuestro destino, quizá para ti no tenga importancia lo que voy a referir; aunque, alguien que haya adolecido de lo mismo, sabrá comprenderme. A lo que me refiero es; que lo más doloroso eran los inviernos con la habitación tan fría y desolada, que en navidad no hubiera presentes del Niño Jesús o los Reyes Magos, y sobre todo lo peor de esta letanía de cosas aparentemente insignificantes, era que no estuviesen nuestros padres.
Luego venían otras fechas —quizá sin importancia para ti—, como el día del niño y era lo mismo, mientras otros festejaban y se agasajaban entre risotadas y pastelazos, nosotros teníamos que conformarnos con los simples e insípidos juguetes que el ayuntamiento nos otorgaba como donación para engañar a nuestra ingenua tristeza.
Esto nos alejaba a los huérfanos de las personas que no lo eran. Ellos nunca podrían comprender, porque cuando a ellos les faltaban los padres, ya eran sujetos formados y contaban con los hijos, o cualquier otro familiar, tal vez los amigos o alguna otra persona que estuviese próximo cuando le necesitasen, pero un huérfano de seis años no goza de esos privilegios.
Éste sólo se tiene a sí mismo, y para él, sus carencias son mucho más dolorosas y palpables cuando ve a la gran mayoría que no padece de ellas; así pues, las preeminencias de un huérfano son diferentes a las de quienes no lo son, y lo que para alguien es bueno, para otro no y viceversa; si es tan difícil para ti concebir lo que digo, es porque no has estado en mi pellejo; un niño apenas inicia en la aventura de la vida y su carácter aún es maleable, por lo que dicha carencia repercutirá de algún modo en su desarrollo futuro.
Recuerdo cuando íbamos al colegio en las mañanas brillantes de los primeros días del internado, antes de que todo se oscureciera; una de las encargadas nos acompañaba al salir a la calle, caminábamos por el pavimento y pasábamos por una casa de estilo colonial con un gran patio, donde había un enorme árbol de mangos; y cuantas veces vimos los hermosos frutos, rojos y carnosos pender en lo alto, apetitosos y tentadores y más de una vez quisimos alzar una mano y cortar alguno, pero esos deseos morían antes de nacer.
Si sigo recordando cada deseo insatisfecho, cada crueldad de la vida por la que tuvimos que pasar mis hermanos del orfanato y yo, no acabaría nunca con esta memoria. Te preguntarás, qué importancia tiene un árbol con mangos y por qué estoy recordando eso; pero, sí la tiene, para mí sí.
Con el paso del tiempo aprendes a vivir sin ciertas cosas, y a veces imaginas como que se te olvida o que no te importa; pero cada recuerdo de este género provoca una pequeña punción en el corazón que inyecta la amargura dentro de él, causando la congoja y en los espíritus débiles mediante su acción devoradora y ruin hace nacer el odio.

Sólo unos meses después de mi ingreso al orfanato, pude darme cuenta de ciertas irregularidades en la institución; a pesar de mi corta edad, sospechaba que estaba acaeciendo algo velado a mis ojos, había ciertas cosas que no marchaban bien, pero no identificaba exactamente de qué se trataba.
Por las noches, si paseaba por los dormitorios, podía escuchar lamentos y casi inaudibles quejidos, nadie decía una palabra, pero todos sabían cual era su origen.
Me resultaban extraños, ya que a mí no me había tocado aún, tener el gusto de la primera experiencia enriquecedora, —según palabras de una madre—, de que la mayoría ya había gozado. Todo se mantuvo en secreto y me dejaron con la duda durante mucho tiempo.
Luego vino la dictadura de la Vieja Chichima, ese sobrenombre le puso uno de los niños que navegaban por este mismo mar de infortunio; su nombre era Rodolfo.
Me contó que hacía mucho tiempo, —ya te imaginarás lo que un niño de cinco años puede tener por concepto de mucho tiempo—, había escuchado de una horrible bruja que tenía los pechos tan viejos y estirados que le arrastraban por el suelo y para no pisarlos al caminar se los enrollaba en rededor del cuello.
Este ser maligno e inmundo cazaba y se comía a los niños pequeños. Y mira qué casualidad, mi amigo Rodolfo realmente acertó con este sobrenombre; la vieja Chichima era una mujer que se suponía que debería cuidarnos y ver que todo estuviese en orden para beneficio de los huérfanos que vivíamos en el orfanato; pero lo que hacía cuando nadie le veía, era sacarse los pechos caídos y lánguidos, para que se los chupáramos cuando le apetecía. Me colgaba de ella con gran emoción, como un crío de un año de una mamila, sin pensar en nada más, quería encontrar un sustituto de mi madre, me sentía más pequeño e indefenso cuando estaba en sus brazos, pero los motivos de aquel aberrante abrazo diferían mucho para cada uno de los implicados.
No digo que haya sido demasiado desagradable para mí, sobre todo por la necesidad tan grande que tenía de una madre que me protegiera; pero ahora que tengo esta edad, me doy cuenta que lo que hacía esta mujer rancia no era actuar como madre, si no como otra cosa y haber sido tan estúpido me avergüenza.
¡Sí, ya lo sé! Pero no es lo mismo opinar cuando no fuiste tú al que se lo hicieron.
Sé que era pequeño, sé que sé trató de un abuso, pero aun así me apena demasiado.
En realidad no hay motivos para que te de detalles de las actividades diarias a las que nos sometía la Vieja Chichima; puedes hacerte una idea con sólo lo que te he contado de ella, era una mujer de unos setenta años, con un cuerpo esquelético y unos pechos largos, arrugados y malolientes.
Seguro ya debe haber muerto; pero, mientras vivió y estuvo en el orfanato, a más de uno le hizo la vida un martirio con sus vicios inmorales.
Las niñas que estaban separadas de nosotros padecían sus propias penas, allá también había Viejas Chichimas, pero esas eran peores, a nosotros sólo nos ponía a hacer lo que antes mencioné, pero a algunas de ellas las ultrajaron, dejándolas muy heridas y con fiebres durante días, cuando se recuperaban volvían con lo mismo una y otra vez.
Un día, sin sospechar lo que había sucedido, vi pasar una niña con la falda llena de sangre; pensé que se había herido jugando con las otras, ¿qué ingenuo verdad?
Más tarde me daría cuenta de todo. ¿Qué cómo sé todo eso si las niñas no estaban con nosotros y no hablaban de esas cosas? Lo supe de la forma siguiente:
Una vez, cuando nadie nos miraba, me encontré con Zoila en uno de los tocadores, era una de las huérfanas más mal tratadas, tenía unos doce años.
¡Espera, no pienses mal!
No es lo que crees.
Te decía, me encontré con Zoila; esto sólo fue casualidad, ya que pocas veces dejaban de vigilar a las mujeres, precisamente para evitar estos encuentros; cuando estábamos dentro de uno de los cuartos de baño, ella me dijo todo lo que sucedía. Para ese entonces ya tenía nueve años y comprendía todo un poco más, —en la medida que alguien de esa edad puede hacerlo—. Me mostró lo que le habían hecho, es lógico que no había ninguna intención de tipo erótico, por dos razones; a pesar de mis nueve años, aún aparentaba seis y la que pesaba más; ella no estaba en condiciones físicas o psicológicas de acoplarse con alguien en ese momento y no lo estaría en mucho tiempo, por el contrario, lo que Zoila buscó en mí fue una persona en quien confiar y desahogar toda esa amargura que le estaba asfixiando.
Era terrible, seguro que la muchacha aún debe tener problemas en su vida íntima.
Baste con decirte: yo, que sólo tenía como referencia las miserias de la Chichima, cuando vi a Zoila pude darme cuenta de que el daño de su cuerpo era demasiado grande.
A razón de la plática que sostuve con Zoila —la curiosidad, que es mala consejera se despertó en mí—, quise ir a ver con mis propios ojos lo que allí pasaba y entré al cuarto de castigo de las niñas, todo era increíble, no describiré los horrores que allí dentro se gestaban, sólo te diré que tenían una gran cantidad de dispositivos que en su momento no entendí muy bien que eran, pero que con el paso de los años, he venido a conocer gracias a la ilustrativa televisión y ahora puedo asegurar que no eran muy castos los castigos infligidos a las víctimas.

Para qué relatar el día que perdí mi inocencia, si ni me acuerdo cuando me la robaron, y no supe si fue la Vieja Chichima o cualquiera de las otras monjas que nos cuidaban.
Sí, no te sorprendas, se trataba de monjas, y todas ellas tenían aficiones paidófilas.
Creo que la Vieja Chichima era una de las menos pervertidas.
Las otras estaban completamente enfermas, y su lista de parafilias te sorprendería y quizá hasta te causaría horror.
Si tuviéramos presentes a cada uno de los huérfanos ahora, quizá ellos podrían agregar algo a esta historia. A mí siempre, gracias a Dios, me excluían de los juegos que se les ocurrían a las viejas.
Una vez escuché a alguien decir, que las madres tenían como maestro inspirador a un tal Marqués de Sade y que toda esa basura que nos hacían, eran sólo fantasías y situaciones que habían leído en los libros de ese señor.
Como te dije, nunca leí un libro en mi vida, sólo aquel de que te hablé, el del niño que se llamaba Max. Nunca supe que tan cierto fue eso de las lecturas sucias, pero, si ese tal Marqués enseñaba esas cosas a las monjas, deberían destruir sus libros y no dejar que ninguna persona, enferma o no, los lea, le evitarían a la sociedad, aunque sólo fuera a la de los huérfanos, muchas penurias y vergüenzas.
Un día hubo un accidente, no sé dónde tuvo su origen, pero uno de los huérfanos que vivió con nosotros —el cual ahora está rehabilitado y es quien me mencionó lo del Marqués—, me comentó que la muerte de la madre Juana tuvo que ver también con las filosofías del tal Marqués.
No me dio más explicaciones, sólo supe que la vieja se había colgado de una soga; cuando le encontraron, vieron que había un cirio que se suponía, debía quemarla y dejarle libre, pero éste se apagó por la acción de una ráfaga de viento y la vieja se quedó colgada hasta que murió de asfixia. El cadáver fue encontrado sin los hábitos, sólo con la ropa interior y en la mesa estaba abierto un libro que explicaba una escena semejante.
¿Cómo? ¿Quieres saber el autor?, no lo sé, casi no conozco de esas cosas.
Me dijo también, que a un lado había fotos de las niñas, y de una estrella de la pantalla grande, la cual, en sus ratos de ocio se dedicaba a hacer películas de adultos.
Te repito, todo eso lo sé de segunda mano y no sé si sea verídico.
Que gracioso que haya comenzado a contarte esas cosas, pero déjame que me desahogue, también forma parte de lo que me tocó vivir y no quiero cargar con todo eso antes de irme. ¿Sabes qué?, nunca fui persona religiosa, no creo en los sacramentos, por eso, en lugar de llamar a un extraño para confesarme, decidí hacerlo contigo, pero, en vez de contarte mis pecados comencé a hablar de los otros.
Espero que no te haya aburrido y sigas escuchándome hasta que llegue al final de mi historia.

Capítulo Tres - La voz del viento


Capítulo Tres

Un castigo muy común en el internado era hacer que los residentes se colocaran de rodillas sobre las chapas metálicas de las gaseosas, también conocidas como corcholatas; a mí me obligaron muchas veces, puede parecer algo pueril y sin ninguna repercusión física o psicológica, pero a quien así piense le exhorto a permanecer en esa posición durante cinco segundos, es más, no pido tanto, con dos segundos me basta para hacerle comprender.
Además, nos bañaban con chorros de agua helada y hacían que nos desnudáramos unos frente a otros, y nos tenían en el frío por horas, decían ellas, que para templarnos el carácter.
Nos encerraban en una celda por varios días cuando nos portábamos mal y nos tenían a pan y agua.
Hace algunos años conocí una persona que me comentó que cuando asistía a la educación prescolar, la maestra le encerraba atado por una cuerda dentro de un armario, creo que los abusos contra los menores no se limitan a lo sexual y tampoco a los orfanatos, en cualquier parte te puedes dar cuenta de esto, porque este mismo muchacho me habló de otra maestra que le dio doscientos golpes en las palmas de las manos con una barra de metal sólo porque había tirado una goma de borrar al piso.
Y un caso más, cuando su querido profesor del último grado de la educación primaria los dejó a todos castigados en el sol durante dos horas; les levantó el castigo cuando uno de ellos se desmayó por acción de la insolación.
El padre casi lo mata, no exagero, éste lo esperó en la escuela y cuando los niños se habían marchado, le encañonó con una escuadra que guardaba para ocasiones especiales como ésta y a punta de pistola hizo que abandonara la plaza.
¿Y sabes una cosa?, se lo merecía...
Muchos de quienes abusan de pequeños no tienen claro que esos indefensos niños tienen padres o hermanos e incluso, que crecerán y muchos de ellos pueden buscar la venganza.
Un caso así es el que te voy a mencionar: hace tiempo un profesor de matemáticas maltrataba psicológicamente a uno de sus pupilos y lo siguió haciendo durante muchos años, ridiculizándole frente a los otros, reprobándole, señalándole y cuando éste se sintió fuerte para enfrentarlo y tuvo la estatura necesaria, arrancó de una silla una paleta de madera y con ella le dio un solo golpe en la cabeza al tirano aquel, el cual quedó idiota y aunque sigue ejerciendo su profesión, ahora es de lo más cordial y permisivo; además terminó con parálisis facial.
No se debe caer en cualquiera de los dos extremos, no hay necesidad de estas cosas, sólo respeta a tus semejantes, aun sí sus estaturas son de un metro menos que la tuya.
La mayoría de los niños olvidan lo que pasó, o aparentan olvidarlo, pero ese maltrato los convierte en personas resentidas y se desquitan con alguien más.
Aunque el abuso cometido contra un niño no es el único factor incidente, también es cierto que puede influir de manera determinante en su conducta futura.

Las madres del orfanato poseían un amplio repertorio de castigos y para saciar todo su sadismo y desbordados apetitos, alguna vez nos ponían a que nos infringiéramos las torturas unos a otros, so pena de ser castigados del mismo modo. Amenazas psicológicas, castigos y abusos físicos y todo tipo de vejaciones fueron el pan de cada día en esos años.
Al cuarto de tortura, al que llamaban sala de rehabilitación para disimular, eran llevados aquellos chicos, que por su rebeldía eran considerados subversivos, el plan era ablandarlos para evitar cualquier tipo de levantamiento revolucionario en contra del orfanato.

En algún momento vi hombres elegantes que arribaban por las cálidas noches, estacionaban sus autos de lujo en una cochera especial que se había construido clandestinamente en una de las alas del edificio para dicho propósito. Había sido camuflada como una bodega para evitar cualquier tipo de sospecha de algún curioso que por accidente diera con ella, colindaba con un taller de mecánica automotriz por el otro lado, para que, de esta forma, quien quisiese acceder, lo hiciera de manera segura desde la puerta del taller y que quienes le vieran entrar, nunca les pasase por la mente sus secretas intenciones.
Cuando llegaba uno de estos autos de lujo, con su respectivo tripulante pedófilo, la Vieja Chichima sacaba un libro de fotografías, algo así como un catálogo y se lo mostraba; luego se dirigía a una de las habitaciones y traía a uno de nosotros, el cual era amenazado para que no hiciese ruido y lo tomaban de las orejas, era llevado con el extraño a un cuarto igualmente clandestino, donde había todo lo necesario para pasar una velada romántica. ¡Sí ya lo sé!, estoy siendo sarcástico, me refiero a lo que se puede encontrar en un paraíso erótico, de los que tanta promoción se ha hecho últimamente y que la mayoría conoce, aunque nunca los hayan usado, hablo de esos lugares donde hay todo tipo de juguetitos, videos y ropa para el juego sexual, no es un paraíso exactamente, pero si puede haber suficiente material para crear un infierno.
Los chicos nunca quisieron hablar conmigo de lo que allí sucedía, y tuve la suerte de que nunca me llamaran a mí, pero ahora que soy viejo y menos ingenuo me puedo dar cuenta que debido a mi fealdad fui excluido de un buen número de abusos más. Aunque me lo mascaba no quería aceptar lo que allí sucedía.
En realidad los niños estaban siendo vendidos a personas enfermas que pagaban y mantenían todo este teatro, y nunca lo supe con certeza, pero lo más seguro es que circulasen por allá grandes sumas de dinero, a juzgar por el nivel económico de las personas que utilizaban dichos servicios.
Las niñas también eran utilizadas y vendidas y quizá con mayor frecuencia, pero quienes abusaban de ellas eran mujeres que las ultrajaban, y la mayoría de las veces monjas viejas o una que otra señora de sociedad y raras veces algún hombre enfermito, aunque estos últimos preferían a los varones. No sé si sea verdad, pero escuché hace algún tiempo que tenía que ver con una costumbre de la Grecia Antigua, estos hombres habían hecho una idealización de los varones que se encontraban más o menos en la edad de doce a catorce años, me lo explicaron muy bien en su momento, pero ahora lo he olvidado; aunque por más argumentos que te de alguien que hace esto, no dejará por ello de ser un enfermo.
Hubo una ocasión en que llegó un político renombrado, no podía creer que ese personaje se hubiese presentado en este lugar, en esa ocasión llamaron a varios de mis amigos y a varias niñas y a todos los introdujeron a la misma habitación, a mí como siempre y gracias a Dios me excluyeron, no sé si por mi edad o por mi repulsiva apariencia, yo les pregunté a cada uno qué había sucedido; pero, al salir, no quisieron hablar en mucho tiempo.
Lo único que recuerdo es que mi compañero de cuarto, cuando regresó de allá, traía un fuerte olor a mierda y así se acostó sobre su cama. Quise cuestionarle acerca del asunto, pero sólo escuché un gruñido de su parte y luego unos sollozos; estuvo con la mirada perdida por una semana.
Pero, ¡basta ya de contar las porquerías que hacían otras personas! Si es de mí de quien quiero hablar y me he desviado de lo que me interesa; aunque, pensándolo bien, puede ser que de esto último que te he hecho partícipe, puedas sacar alguna conclusión acerca de mi destino final. De cualquier forma, queda como referencia y te sedo el derecho de publicarlo o guardarlo para ti, en caso de que lo consideres inapropiado, tú decidirás si sacas a la luz el lado oscuro de esa prestigiada institución.
No quería contar esto a nadie, me daba vergüenza y nunca hablé de ello. Tú sabes, es algo que no puede andarse diciendo a cualquiera, y hoy las circunstancias me tiraron de la lengua. Sólo espero que no me mal intérpretes y creas que estoy justificándome. Cuando tenía esa edad, aunque muy pronto vio la luz mi entendimiento, no conocía muchas cosas; aun así quería creer que existía un poco de bondad en este mundo y mi cerebro negaba las cosas que pasaban allá dentro. Incluso, después de salir del orfanato, nunca volví a pensar en él, hasta creí haberlo olvidado, no sé por qué lo estoy recordando hoy; será que nunca lo olvidé y esas imágenes permanecieron siempre atormentándome inconscientemente.
Quise olvidar y en honor a dicha falta de memoria, dejaré de hablar de esto, ya que, no tiene ningún sentido estar revolviendo en mi pasado. Sí, yo sé que fui quien lo mencionó, a partir de este momento enterraré ese recuerdo y no te volveré a hablar de él. Quiero decir, del tiempo del orfanato y de los horrores que allí sucedían, porque no hace falta valerme de los detalles para que tú comprendas, con sólo haberte dicho lo que pasaba, omitiendo todo lo demás, hubieses tenido una idea exacta de aquello, porque las personas no necesitan que les den detalles de algún hecho en particular para que recreen completamente toda la trama; aunque la mayoría de las veces se equivoquen por falta de datos —no siempre será así como te lo imaginas—, si posees la información esencial, seguro que te aproximarás bastante a lo que realmente ocurrió; si no, entonces crearás una completa fantasía equivocada, pero muy bien construida. Te he dado los datos esenciales y he omitido detalles intencionalmente, con ello no he hecho más que incitarte a imaginar lo que pudo ser una verdad; pero tuve cuidado con no desviarte de la realidad con datos superfluos o detalles innecesarios por grotescos e inmorales, sé que soy muy ignorante.
¡Sí lo soy!, no necesitas tratar de negarlo, yo me doy cuenta de mis limitaciones, pero eso sí, soy muy observador y puedo darme cuenta de la interpretación que resulta de no poseer datos exactos y para comprobarlo baste con decir que si Antonino —por mencionar a cualquiera—, ve entrar a un hombre en la casa de una mujer que vive sola, o que en ese instante está sola, inmediatamente creará en su mente una secuencia de imágenes de alto contenido sensual; lo gracioso es que la psique humana siempre crea este tipo de fantasías y excluye todo lo demás.
Por su cerebro ni siquiera pasa la posibilidad de que aquel hombre sea un hermano, un hijo perdido, alguien que fue a reparar un desperfecto, un extraño que le lleva una mala noticia, o cualquiera de las miles de probabilidades posibles.
El hombre siempre ve lo mismo, piensa que una vez cerrada la puerta, la mujer lo lleva a su dormitorio.
Quizá ese mismo hombre, ha estado con alguna mujer en las mismas condiciones y no lo recuerda y tampoco se da cuenta que en las repetidas veces en que ha sucedido, no lo han invitado al retozar entre las sábanas, sino, a la mesa y le han servido un plato de sopa; esto ha sucedido en la casa de su madre, en la de su hermana, en la de una señora que le contrató para que pintara una recamara —porque a esto se dedica él—, y en tantos lugares y situaciones diversas que ya ni las recuerda, pero eso sí, la señora de enfrente se llevó al extraño al dormitorio.
Sí amigo, así funciona la mente, y no es que esté enferma, simplemente buscamos y fantaseamos con lo que nos gustaría vivir a nosotros estando en el lugar del otro, no es lo que éste hace, sino, lo que uno desea para el propio goce inconscientemente; también la mente tiende a imaginar situaciones extremas, no imposibles, pero sí improbables que reflejan nuestros propios miedos, o deseos, que en ocasiones están ocultos hasta para nosotros mismos. Y lo paradójico es que donde realmente suceden esas cosas, no nos damos cuenta, como en el orfanato, apoco no es un buen ejemplo.
Y vuelvo a caer con lo mismo...
¿Me puedes disculpar por favor?

Capítulo Cuatro - La voz del viento


Capítulo Cuatro

Pasé varios años siendo víctima de semejantes monstruosidades, hasta que un buen día apareció una bondadosa mujer y me adoptó. Me llevó a su hogar, el cual compartía con su pareja, un señor unos diez años mayor que ella, enfermo, con achaques diarios y artritis; era un matrimonio sin hijos y que habían pasado su juventud intentando engendrar uno sin haberlo conseguido.
Una vez le escuché decir a la señora López —que era como ella se hacía llamar—, que me había elegido porque era el más feíto de todos, —así lo dijo—, y le dio mucha ternura verme allí, con la carita triste y sin esperanzas de que nadie se compadeciera de mí.
Estuve con ellos un tiempo razonable, los abusos cesaron desde ese momento, comencé a vivir como un ser humano de nuevo; pero aún me faltaba algo. No era lo mismo estar con tu verdadera familia, que con unos extraños; eran las personas más lindas que había conocido hasta entonces, pero no podía amarlos, pues no lograba comprenderlos bien. No cabe duda que el ser humano nunca está feliz con lo que posee.
Me proporcionaron alimento, ropa y educación, colocándome en un colegio privado donde conviví con compañeros de aula que tenían padres de clase media.
Lo semejante llama a lo semejante, así es, una frase que ya forma parte de la cultura popular, pero no por eso es menos cierta, ya que, a pesar de todos los hijos de papá que allí había, mi mejor amigo fue precisamente uno que había caído a esa escuela por accidente, al igual que yo, pues su familia estaba en la ruina y apuradamente les alcanzaba para comer una vez al día y no a todos.
Este noble chico de nombre Pablo Castillo me acompañó en todo momento durante el tiempo que duró mi estancia en la secundaria; era mi compañero de correrías, andábamos por la ciudad rodando como rocas. Un día nos íbamos a la playa a ver a las muchachas, otro día caminábamos por las casas que tenían árboles frutales y robábamos alguna, recuerdo que una vez vimos un árbol de limones; le dije que no eran tangerinas, pero como él los vio de color naranja, creyó que se trataba de estos frutos y cortó uno, se lo metió a la boca socarronamente percatándose de su error cuando tenía el paladar inundado de ácido.
Cada día hacíamos cosas diferentes, encontrábamos motivos para salir de la rutina.
Era gracioso ver aquellos camaradas ir juntos por la acera, ya que yo, a pesar de vivir con quienes lo hacía, y de que me tenían todos los días una muda de ropa limpia y bien planchada, siempre terminaba revolcado.
Apenas salía de la escuela, me desabrochaba la camisa, me sentaba en algún lugar sucio o de plano me la quitaba y andaba en ropa interior.
El otro, en contraste, siempre andaba bien peinado, limpio y correcto a pesar de su humilde origen; sin embargo eso nunca fue impedimento para que nos entendiéramos bien. Esos dos años de escuela en los primeros cursos de la secundaria los pasé bajo la protección de mis padres adoptivos y la convivencia con mis compañeros de clases; no era un gran estudiante, pero nunca perdí un curso o reprobé algún examen.
En términos generales era un estudiante medio, pero los maestros no me querían, y la mitad de mis compañeros tampoco. Los primeros pensaban que era una lacra y cuando tenían oportunidad me lo hacían ver; los alumnos de plano decían que ellos no se juntaban con recogidos y menos con negros, pordioseros, muertos de hambre que querían pasar por niños de casa.
Cuando escuchaba estas palabras, aparentaba reír y así se los hacía ver, pero por dentro me herían tan fuerte que en mi conciencia podía escuchar los gritos de mi corazón causados por el llanto y la tristeza que herían mi alma.
¿Por qué? Me preguntaba, no se dan cuenta del daño innecesario que me hacen cuando me niegan una sonrisa o siquiera un saludo, más aun cuando me ofendían de esa manera. ¿Acaso así los trataban a ellos en sus casas? ¿Dónde habían aprendido a despreciar a sus semejantes? ¿Quién les había enseñado a herir a las personas que más necesitadas de cariño y una mano amiga estaban?
Según mis compañeros yo no era el único muerto de hambre. Pablo y otro llamado Antonio éramos los que nunca llevábamos dinero ni comida en el receso, teníamos que ir caminando a la escuela, y caminando nos regresábamos a casa. En mi caso, porque mi nueva familia no poseía los medios económicos de mis otros compañeros y habían hecho un esfuerzo desproporcionado para colocarme en el colegio.
El día que conocí a Amada Carvajal quedé prendido a su cola de caballo, y a sus largas calcetas de estudiante que escondían unas bellas pantorrillas torneadas y blancas. Color apenas vislumbrado por los pequeños agujeros del que estaba lleno aquel diseño para coquetas estudiantes adolecentes. No sé cómo sucedió, pero me enamoré de esta escurridiza y tormentosa jovencita, que sólo desdichas me vino a traer en esos instantes que tan hambriento de amor me encontraba.
Mil veces me acerqué para hablarle e intentar ganarme su amistad, y lo que recibía eran patadas en las espinillas. La primera vez que Amada Carvajal me pateó, pensé, «ésta no sólo tiene cola de caballo, también tiene las piernas» Es cierto, la mujer se debe cuidar de los lobos, pero no se dan cuenta como pueden lastimar a alguien que no desea más que lo mejor para ellas.
Como dije, cien patadas en las espinillas, más de una bofetada y palabras altisonantes me gané por acercarme a ella, sin más intención que entablar una plática amistosa.
Me llamaba “el negro” con un tono de desprecio que me dolía más que todas las patadas en las espinillas que pudo darme en su vida.
Me decía a mí mismo, «en efecto, soy negro... pero mi corazón, aunque lo desprecies, aunque el color de mi piel y el profundo oscuro de mis ojos te cause repugnancia, siempre guardará un lugar muy dentro para ti y gritaré a la injusticia de la vida, porque me hizo negro y desgraciado». ¡Oh dios!, maldita la hora en que los no agraciados creemos que podemos amar como lo hacen los hermosos o los ricos. Cuando te has dado cuenta de tu error, aún estás a tiempo para volver al camino correcto y dejar que los vacíos vayan a buscar a los vacíos, sin embargo, una vana esperanza te hace seguir adelante, y sólo recibes más golpes y desilusiones. Yo no elegí ser negro, pobre o huérfano, pero ella tampoco eligió ser hermosa, sólo dios, o el destino o como sea que se llame dicha fuerza, sabe por qué nos hizo así y algún día responderemos por nuestras acciones, sabremos que quizá era una prueba para cada uno de nosotros. A ella le dio la hermosura para probar la vanidad y el vacío de su alma, y a mí me hizo negro para comprobar la entereza de mi corazón ante el desprecio.
Hay algo que he comprendido desde que aún era muy pequeño y esto es; que la única belleza que perdura hasta la muerte es la del alma.
La otra, la que poseía esta chica y muchas que como ella, no hacen otra cosa que mirarse al espejo y se sienten hermosas sólo porque la juventud rebosa por sus mejillas, queda marchita demasiado pronto; es natural que la joven sea un poco vanidosa, pero yo no hablo de eso, si no de quienes le rinden tal culto a su imagen, que llegan a dañar u ofender a terceros, para ellas será el castigo. No soy quien juzga, ni el que les desea mal a estas personas; es la misma vida la que se encarga de cobrarles, porque apoyaron las bases de su mundo en una mentira, en algo que desde el principio es en vano y de ello no puede resultar otra cosa que la infelicidad.
Y cuando alguien se encuentra en dicha situación, qué crees que reflejará a los demás, sino el mismo sentimiento que habita dentro de ella y los otros reaccionarán de la misma forma para con ella, entonces se quedará viviendo en esa amarga soledad que ella misma se creó cuando pensó que siempre sería joven y hermosa y todo su tiempo, esfuerzo y dinero lo gastó en esta vanidad y jamás se preocupó por mejorar otros aspectos como su educación, su cultura, su carácter y no fomentó la amistad por considerarse mejor que los demás.
Sé que estás pensando que el despecho y la envidia me hacen hablar de tal forma, pero que diferente es una persona que, más que todo, es dulce, agradable y tolerante sinceramente, y no sólo como una máscara con otros fines, si un día por algún motivo tienes que pasar unos momentos con una anciana que es atenta, tierna, y tiene un corazón de oro, quedas enamorado de ella y te sientes a gusto en su compañía, y hablo del mismo enamoramiento que deben de sentir algunas personas por sus abuelitos; aunque creo que son pocos los que realmente aprecian a los ancianos.
En cambio, crees que alguien pueda sentirse a gusto con una persona hueca y además despectiva, aunque el tiempo, que no perdona, la haya convertido en adefesio y que su tema de conversación sea cuan superior es ella a ti, sea por su origen, su posición, su conocimiento o una hipotética belleza; personas así no pueden más que causar lástima.
En fin, de Amada Carvajal no obtuve más que dolor y fracaso.

Un día de esos que son tan extraños, por la forma en que influyen en todo tu futuro, me escapé por unos instantes de la casa, y por azares del destino me encontré con Juanito y Jacinto, este hecho volvería a cambiar mi vida bruscamente; estaban en un local de videojuegos jugando alegremente.
Cuando los vi sentí una gran felicidad; entonces me olvidé de todo y corrí hasta donde estaban, ellos se abalanzaron sobre de mí y me abrazaron como hermanos de orfandad que habíamos sido.
—Hueles a perfume —me dijo Juanito aspirando indiscretamente sobre mi hombro.
—¡Puta madre, ya ni te conoces! —agregó Jacinto con una sincera carcajada—. Para la otra ya ni vas a querer hablar. Luego entre los dos, saltaron sobre mí, tirándome al piso y así, los tres abrazados rodamos por el suelo ante la mirada atónita de los transeúntes.
Alguno pensó que estábamos peleando y dieron algunos pasos en reversa, no faltó quien quisiera separarnos; pero pronto al escuchar las risas supieron que todo estaba bien, que se trataba sólo de un juego y nos miraron molestos por nuestras efusivas formas de demostrar nuestra alegría.
Después, Jacinto sacó del bolsillo de su pantalón un puñado de monedas de cincuenta centavos, con ellas disfrutamos de varias partidas de futbolitos, que por aquellos tiempos eran tan populares por estas tierras.
Pregunté por el lugar que les servía de alojamiento, fue cuando me enteré que carecían de vivienda y que su hogar era tan grande como el mismo mundo, porque éste era cualquier parte donde sus pies se posaran.
Esas palabras me sedujeron, porque yo también quería vivir en un hogar así, tan grande que me siguiera a todas partes. Aprendí a sentir, como siente un vagabundo, que más que ver la ventana iluminada por el sol, cada mañana es iluminado por el mismo cielo, que es la gran ventana de su hogar y que le calienta los huesos mucho más que cualquier calefacción.
Y estas sencillas, pero profundas ideas fueron las que me hicieron dejarlo todo y caminar al lado de los amigos que había recuperado.
Me preguntaron si deseaba acompañarlos por su nueva vida y no quieras saber por qué, pero me ganó el amor a mis amigos de la infancia y decidí no regresar nunca más a la casa de mis benefactores, sin detenerme a recapacitar en el dolor que le causaría a la señora López y a su cansado marido.
A la escuela seguí asistiendo, allí fueron a buscarme para preguntar porque no regresaba a la casa, cuando les dije mis razones, respetaron mi decisión y no volvieron a intervenir en mi vida.
Mi ropa se fue ensuciando paulatinamente, la comida volvió a escasear y ya estando hecho una piltrafa, sin tener donde bañarme ni que comer, me dije: «para que te engañas a ti mismo, éste no es tu sitio», me despedí en silencio de todos, y salí con la firme determinación de no regresar jamás.
Mis amigos se habían escapado del orfanato, ahora eran libres y sin ninguna responsabilidad; vagaban por los parques de la ciudad, sin que mucho les importara el tiempo, la escuela o el trabajo; menos el futuro, mientras hubiese como llenar el estómago lo demás no tenía importancia.
Muchos otros niños estaban allí y nadie les molestaba, las personas que vendían en los puestos ambulantes del mercado del centro nos daban de comer una vez al día, y con lo poco que juntábamos con las artes de supervivencia de los niños de la calle, podíamos vivir sin mucha preocupación, llevando una vida más o menos tranquila.
Por aquel entonces aún no había pandillas en la ciudad, éramos niños callejeros, pero no éramos criminales; quiero decir, las únicas pandillas eran las que formábamos pequeños vagabundos como mis amigos y yo y distaban mucho de lo que se ve en estos tiempos y si nos drogábamos era para aguantar el hambre, el frío y la desgracia y no por vicio como mucha gente cree.
Y si ellos supieran que cuando veían mis ojos rojos e irritados, mi mente perdida y completamente embotado en una asquerosa intoxicación, que es cuando más miedo les causaba y precisamente era cuando menos daño hacía, porque apenas podía con mi pobre cuerpo y mi alma se quería separar de la materia para descansar para siempre.
Ellos no sabían que era cuando más apretaba el hambre y la fiebre, cuando mi cuerpo más necesitaba el reposo y que la sustancia, no era otra cosa, que un paliativo para olvidarme de que existía una necesidad imperiosa en el cuerpo llamada hambre, una sensación que roe la carne llamada frío y otra muy difícil de definir que se apodera de las almas desgraciadas cuando más las golpea la vida. Mientras mis pies me pudieran llevar a donde yo quisiera, mis ojos pudiesen ver los amaneceres y el azul del cielo, o mis oídos tuvieran la capacidad de escuchar los ruidos de que esta ciudad está llena; ¿qué importaba lo otro?

Capítulo Cinco - La voz del viento


Capítulo Cinco

No contaba con un solo centavo, ni siquiera para satisfacer las necesidades más básicas, el hambre mordía, sobre todo en esos momentos cuando los otros disfrutaban frente a mi algún delicioso bocadillo; entonces las sustancias intoxicantes eran mi fórmula mágica para soportar y tratar de olvidar las punzadas del vientre.
Sabes que te haces daño con eso, pero; ¿te puedo preguntar algo?, ¿has conocido lo que es el hambre y el frío?, ¿concibes lo que es soportar todo eso sin un paliativo que alivie el dolor, aunque sólo sea por unos momentos y cuando su efecto termine te sientes aún peor?
¡No…!, no creo que lo puedas imaginar!, para que sepas de lo que hablo debes haberlo vivido, si no, sólo tendrás ideas vagas de lo que podría ser una extrapolación de los pequeños intervalos de hambre que has sentido entre comida y comida.
Además, cuando estás en esa situación ya nada te importa, sólo quieres olvidar.
Nos cuenta el libro del Génesis que en otros tiempos, cuando Dios creo al hombre, fue generoso y no sólo le proporcionó alimento, si no potestad sobre las otras criaturas y una compañera que alegrara su vida. La historia es muy conocida y no es primordial que la tenga que reconstruir en sus detalles, sólo quiero referir el hecho de que cuando a Adán fue expulsado del Paraíso, se le predijo un duro destino, donde el pan sería ganado con sudor, sangre y lágrimas; sin embargo, había suficiente para todos, si luchaban por obtenerlo, pero el mismo hombre desestabilizó todo y ahora, personas como yo padecemos de hambre porque otros se comen o desechan lo que nos toca a nosotros, aunque ellos dicen que han trabajado y se lo han ganado, que si poseen dinero tienen derecho a desperdiciar los recursos, y si analizamos este sencillo problema, no observaremos nada nuevo, el descontento de la mayoría siempre tiene la misma causa, el abuso y la opresión que ejercen las clases altas sobre las demás, porque ellas destruyen el equilibrio, amasando recurso que podría ser utilizado y que queda estancado o es desperdiciado. Claro que no todos los casos son iguales, existen ciertos miembros de estas clases que por su capacidad de dirección y administración, logran que muchas familias tengan una vida digna, pero si me avoco a la acción del individuo, puedo ver que muchos tienen la misma actitud consumista en su vida privada, sea con alimentos, gasolina, papel, etc.
Pobres, no tienen la culpa, pues no comprenden; tal vez sí, pero no quieren ver la realidad.
La economía funciona igual aquí que en lo natural y ellos sólo hacen lo que el lobo que se apodera de su presa y deja que se echen a perder las sobras, mientras los otros animales se mueren de hambre.
Existe una ley que dice que lo que quites de un lugar forzosamente repercutirá en otro; si hay doscientas manzanas y doscientas personas, y le das a cada persona una manzana, a todos le tocará una manzana, pero, ¿qué pasa si diez de esas personas tienen poder para comprar una bolsa de manzanas y luego las dejan que se echen a perder?, necesariamente, algunas de las ciento noventa restantes o incluso todas padecerán de ausencia de manzanas por culpa de esas diez personas, que no supieron repartir equitativamente los recursos.
Y eso sucederá, aunque las otras ciento noventa tengan con que comprar manzanas, porque, si las diez llegaron primero, ellas se apoderarán de las manzanas y los demás no podrán adquirirlas.
A lo que quiero llegar con todo esto es, que el hambre del mundo la provocan unos pocos, esos que desperdician, lo que le pertenece a los demás.
No, ¿cómo puedes creer eso?, mis ideas nada tienen que ver con el comunismo, ni siquiera sé que es eso exactamente, no creo que cambie mucho destruyendo el sistema económico actual, pero si podemos mejorar el existente actuando cada uno con conciencia. Cuando estés a punto de desechar algo, piensa en eso, me dirás que nada puedes hacer, pero si todos pensamos así, entonces nos estamos quitando de encima una responsabilidad para con la humanidad en su conjunto.
Tú nada puedes hacer por un niño que vive en otro continente y no posee alimento para satisfacer su hambre del día, pero sí puedes contribuir a no desequilibrar más ese sistema.
No compres frutas que no son de temporada, ¿a dónde crees que las obtienen?
Si consumes lo que viene de otro país, ¿a quién crees que se lo quitan? Sobre todo si se trata de un país pobre.
¿Realmente crees que estás ayudando a los más pobres de ese país consumiendo y desechando su recurso alimenticio a cambio de un puñado de papel moneda?, ¿has escuchado de un concepto llamado inflación?, sabes ¿cómo se produce éste?
Nuestro país tiene hambre y todos se lavan las manos, nos engañan diciendo que el dinero que envían los trabajadores de otros países nos ayuda a tener una mejor vida, eso puede ser una verdad para unos cuantos, pero no lo es para todos.
Yo tuve hambre, a mí nadie me dio un dólar, no pude ir allá donde hay un sueño llamado América, sólo recibí ayuda de personas tan pobres como yo mismo y allí es donde está la clave.
Nuestro bien estar, para que podamos verlo, es necesario que tengamos conciencia en todas las cosas, no sólo en lo que se refiere a lo económico.
Cierto, sólo estoy presentando una cara de la moneda, pero es precisamente la que otros ocultan.
Ya sé que el sistema económico es muy complejo, pero cómo puedes exigir de mí, precisamente de mí, quien sólo te habla a partir de su corta y muy específica experiencia, aquella que se gana en calles, basureros y arrabales.
Si no contribuimos con algo a ese sistema slo somos parásitos, dirás, que puede contribuir un vagabundo como yo a dicho sistema, sin embargo, lo hice en mi pequeño mundo, no creerías cuantas bocas se alimentaron gracias a mi acción, y si todos uniéramos fuerzas, podríamos crear un nuevo futuro para nosotros mismos, pero para ello deberíamos ser menos egoístas, mira, de lo que hablo es de que nos ayudemos de vez en cuando, sin pedir nada a cambio, sin ver si el otro se está enriqueciendo o no, sin fines políticos o intereses de por medio, por ejemplo, usted señor médico que puede escuchar estas palabras y está a mi lado, porque no dedica un día a su santo y honrado trabajo sin esperar que le paguen su comisión y lo dona a las personas como yo, o como mis compañeros, si cada uno de nosotros hiciese algo así un día a la semana, imagina como fuéramos cambiando poco a poco este mundo, pero no, estamos llenos de corrupción, de malas intenciones, de crímenes, de maldad.
Dices que son utopías, sueños de un loco moribundo, pero quiero decirte algo, todas las grandes hazañas fueron antes sueños de locos como yo.
¿A qué viene esa pregunta?
Amigo mío, porque buscas mis errores en vez de encontrar mis aciertos y los sentimientos humanos que hay en mi corazón.
Es cierto, alguna vez tuve que robar alimento, pero si hubiese encontrado una mano que me ayudara a conseguirlo sin hacerlo, seguro me habría evitado esa vergüenza.
Sí ya sé, yo me lo busqué, pero, ¿por qué juzgamos los errores de otros?, ¿crees que no pesan sobre mi espalda esas lápidas vergonzosas? Aún con lo injusto de tus palabras, puedo decir que lo intenté; sin embargo, muchas personas no ayudan a sus semejantes cuando estos lo necesitan. Se esconden, evaden impuestos, si están en un lugar donde se recaudan fondos, roban; si ven algo tirado en el patio de una casa, se lo llevan; y si a alguien se le cae un billete, aunque el dueño esté a unos pasos, no se lo regresan.
¿A dónde iremos a parar como humanidad con esa forma de pensar, con esa manera de sentir, con ese poco amor por el ser humano que tenemos enfrente?
Me culpas a mí de ciertos crímenes pequeños, pero hay quienes comenten de manera legal crímenes mucho más grandes contra la humanidad entera, causando el hambre y la muerte de muchos.
¿Y a ellos quien les juzga?
¡No..., ya basta!, dignifica de algún modo tu forma de vivir y deja de juzgar.
Si ayudas desinteresadamente, verás como todo regresa a ti de algún modo en la vida.
Si brindas tu mano a alguien, alguno de ellos te ayudará, sabes que no siempre serás tú el que esté arriba, las aguas a veces cambian su nivel, imagina que mañana seas tú el que mendigue en la calle por un mendrugo de pan, mientras a quien lo negaste se ríe de ti.
Y si un hermano, amigo o alguien más están prosperando, no le envidies, ni le odies; alégrate por sus logros, cuando menos así serás menos desdichado.
Todos debemos cooperar de algún modo para que el sistema funcione y si alguien toca tu puerta siéntete feliz de que aún puedas ayudar a esa persona, eso quiere decir que no andan tan mal las cosas y que aún eres capaz de aportar algo al mundo.
Te has puesto a pensar lo que un solo acontecimiento puede influir en el futuro del mundo entero.
Te daré un ejemplo de la manera más breve posible:
Vives en una gran ciudad, estás sentado en la mesa de un restaurante de comida rápida del centro, unos niños juegan en la puerta, tú ni siquiera los miras, pasan unos minutos y uno de ellos llama tu atención, se ha quedado mirándote a los ojos fijamente. Ese chico tiene hambre, por tal motivo, en la noche, cuando esta necesidad se haga más fuerte pensará en asaltar a alguien, porque toda la tarde estuvo viendo a otras personas comer hamburguesas, ese chico quiere una, y en la noche intentará con un pequeño cuchillo obtener los pesos que debe pagar por ella.
Si alguien le hubiese invitado una hamburguesa, esa, la más pequeña, la más sencilla, él hubiera perdido la idea de asaltar, no hubiese pasado hambre, y se hubiera ido feliz a dormir entre la basura en la que ha vivido toda su vida.
Pero ese chico será asesinado esta noche, porque tratará de asaltar a la persona equivocada; un hombre que viene armado con una pistola, y en cuanto aquel intente sacar el arma blanca, el otro por un reflejo destruirá su ilusión por esa hamburguesa junto con su vida.
Y estuvo en tus manos evitarlo, porque ese niño se acercó a ti después de mirarte, y te pidió un pedazo. Fíjate bien, no te dijo: “cómprame una hamburguesa”, ni siquiera te exigió dinero, sólo una parte de esa hamburguesa que tú tiraste sin remordimientos, sin acordarte de él cuando terminaste de comer, y este chico desde afuera en una esquina a través del vidrio te vio tirarla.
Me dices qué importa la vida de un vagabundo, pero, en el destino de ese niño tal vez había sembrada una esperanza para la humanidad, quizá dios lo había mandado para hacer algo grande, pero se encontró con el camino cerrado y una sola acción lo borrara eternamente del mundo.
Él podría tener un regalo muy grande para dar a la humanidad y cambiar este planeta en algún sentido, podría salir de su indigencia en algún momento no lejano, ir a la escuela, terminar con honores la universidad, convertirse en médico, y ayudar a las personas que eran como él y cambiar muchas vidas; pero tú destruiste el flujo de ese acontecimiento con una sola acción, la de negar un pedazo de pan.
No continuaré diciéndote que si él hubiese sido médico y hubiera ayudado a muchas vidas y cada persona que hubiese salvado, habría tenido alguna repercusión en otras más y así sucesivamente.
Deseo que tengas conocimiento de que ese niño existió y tuvo la suerte de sobrevivir al atentado contra su vida, y hoy trabaja en una clínica que el mismo fundó para ayudar a las personas de bajos recursos.
Para que puedas comprender lo que una sola acción puede cambiar en el destino de la humanidad, sólo piensa en esto: cuando una persona lanza una idea, y la escuchan millones y estos modifican su actitud por culpa de esa idea, entonces ha cambiado el mundo, sólo imagina en cómo han influido en todo el planeta los cantantes, los líderes políticos, los líderes religiosos, y las personas que están en la televisión, ellos van creando este universo, y algunos lo hacen sin responsabilidad, dicen que le dan a la masa lo que desea escuchar, pero en realidad hacen que otros escuchen lo poco que ellos tienen que decir y vuelven esto una moda, o una demanda y otros siguen el mismo camino creando en conjuntamente una cultura de plástico, sin valores y consumista a un grado alarmante.
Sí, ya sé que me desvié del tema y lo que estaba contando era mi experiencia, baste poner este ejemplo como dato de cómo puede influir una acción o una persona en la humanidad entera, piensa en Jesús. Con ese nombre ya lo he dicho todo.
Continuando con lo que realmente me toca y sin más digresiones innecesarias, pues con lo mal que me siento creo no tener fuerzas para terminar mi historia, continuo con ella sin más vacilación, y como te decía querido amigo, mientras había calor dormíamos en la calle, luego, cuando venía el invierno, nos resguardábamos durante la noche en los puestos ambulantes. Esta ciudad en ocasiones, puede llegar a una frialdad que cala los huesos; otras se convierte en un infierno de verano.
Alguna vez, cuando el tiempo era muy malo rentábamos un cuarto de un hotel de mala muerte, donde nos metíamos a bañar todos y por unos pocos pesos, por compasión del dueño o no sé qué, nos dejaban pasar una noche fuera del frío, a condición de que al otro día lo dejáramos limpio; pero eso sí, le quitaban la cama y dormíamos tirados sobre el suelo, el cual debía ser desinfectado a conciencia al día siguiente. A veces también se compadecían de nosotros las comerciantes del amor y cuando sabían que estábamos en los cuartos iban a alegrarnos un poco la noche con sus risas, bromas y sus bailes exóticos.
La vida de la calle es mala, pero no lo es tanto cuando estás con tus amigos que son como otra familia; la hermandad de los desheredados, de los que no tienen techo, que terrible es la soledad, yo preferí siempre la indigencia con amigos a tener un techo para pasarla sin una compañía.
Quien viviendo en una familia unida por lazos de amor muy fuertes, haya tenido experiencia de carencias, sabrá de lo que hablo y podrá darme justa razón.
Pues el dinero a veces corrompe los corazones y la abundancia destruye lo espiritual y siembra en el alma un vacío que no se puede llenar nunca más a menos que vuelvas a perderlo todo.
Cuando no tienes tiempo para la familia, o los amigos, o tus hijos o hermanos, o para tus padres o pareja, porque estás muy ocupado con la televisión, un videojuego, o tu paquete de películas, o cualquiera de esas cosas superfluas que se inventa la gente que tiene techo y comida todos los días, para perder su tiempo, su dinero y su vida, cuando no haces tiempo para ellos echas a perder los momentos más importantes, que son los que vives al lado de los seres queridos.
Alguna vez, tú que tienes techo, y de seguro una televisión también, ¿has hecho una pausa para platicar con un hijo cuando te sientas a comer?
Seguro, ni siquiera das gracias a dios, pero eso sí, no puedes apagar el televisor y si tu esposa te habla, si tu hija necesita platicar contigo, encontrarás un pretexto para no contestarle.
Con mis amigos, en las pocas comidas que teníamos, éramos un equipo, jugábamos y reíamos, bromeábamos y nos comprendíamos, si uno de nosotros necesitaba algo todos cooperábamos de alguna forma para conseguirlo.
Esta es la manera que en el principio los hombres aprendieron para sobrevivir, a lo que se llamó en otros tiempos hordas o bandas de cazadores. Después, el ser humano aprendió a vivir en grandes aglomerados, huyendo de los demás, es de lo que hablo.
Ellos huyen de nosotros, porque saben que pertenecemos a otro clan, somos fuertes porque estamos unidos y si quieren atacarnos lucharíamos hasta la muerte.

Y si te preguntas si en nuestro grupo había mujeres, ¡La respuesta es sí!...; las había.
Algunas de ellas eran buenas chicas, otras no tanto, algunas estaban tan enfermas que ya no se daban cuenta de lo que hacían y vivían sólo para darle placer a la entrepierna, de esas eran quienes mis amigos buscaban en las noches frías para calentarse un poco.
Antes que digas cualquier cosa, escucha, cuando no te queda consuelo alguno, ni otro placer a la mano que éste, que es el más simple y el más espontáneo, tratas de prolongarlo de alguna forma y de que forme parte de todo momento memorable. Pero igual que cualquier otro goce, tiene su lado negativo, a nosotros los hombres nos debilita en demasía y así sin comida, no podíamos darnos el lujo de amar a nuestras mujeres sin tener fuertes repercusiones en la salud del cuerpo.
En mi caso particular, existía una fuerte razón que no me permitía estar con una mujer, tenía sus orígenes en los años del orfanato y yo siempre me apartaba.
A ellas y a las otras, las que no compartían sus encantos, a todas ellas las protegíamos como si fueran nuestras hermanas o nuestras madres, si alguno de los con techo quería abusar de ellas, no teníamos piedad.
Una gran cantidad de carros de hombres ricos y poderosos intentaban llevarlas con ellos para pasar un rato en un hotel.
Hombres malditos, no se daban cuenta que esas chicas lo que necesitaban era un plato de comida, y el calor de un hogar, no que las escupieran en el rostro con sus inmundicias. ¿Cómo alguien puede rebajar tanto a un ser humano, al punto de verlo solo como un objeto, sin importarle que le esté lastimando, que le destruya y que la persona sufra tanto, que esa es la razón de que ya no le escuche quejarse de los abusos?
Hace tiempo —se dice—, que se abolió la esclavitud, y que los derechos humanos te protegen para que nadie abuse de ti y supuestamente la tortura ya no existe, pero... entonces, ¿cómo le llamas a estas cosas?
Así es, esa es la famosa clase burguesa, la cual nos llama muertos de hambre, indigentes, mal olientes, desperdicios, lacras de la sociedad. Y ellos, ¿qué son ellos cuando intentan abusar de una de las nuestras?, ¿qué son ellos cuando agreden a uno de nosotros?
¿Cuándo niegan lo que les sería tan fácil de dar, porque a ellos les sobra?
Nos llaman drogadictos porque inhalamos disolventes ¿y ellos cuando usan cocaína, o cualquiera de las drogas caras?, esas que no podemos comprar nosotros, ¿qué son ellos entonces?
No defiendo a nadie, no quiero juzgarles yo, piénsalo y luego forma tu propia conclusión.