miércoles, 29 de febrero de 2012

Capítulo seis - La voz del viento

Capitulo Seis

Viví muchos años bajo el techo más grande y hermoso que existe; el brillante cielo de los días de verano y la bóveda celeste cuajada de estrellas en noches de primavera.
Mis años transcurrieron bajo el resplandor de esos luceros matutinos que a veces traían con ellos buenos augurios; aunque la mayoría de los días me hacían desdichado.
Con tanta suciedad en el cuerpo y el rechazo de toda la humanidad, intentas vivir, redimirte y olvidar; pero cada día tus semejantes te comprueban de alguna manera —esas que sólo ellos saben usar para este propósito—; aunque quizá no sea verdad, que estás demás en el mundo.
Son inocentes, no se dan cuenta de lo que hacen.
Yo no quería estar sucio, tampoco deseaba tener ese semblante desagradable, pero que podía hacer, si no tenía un hogar donde tomar un baño o un guardarropa como cualquiera de ellos.
Me juzgaron antes de conocerme, porque mi imagen era diferente, sin darme una oportunidad de mostrar este corazón que poseo, que era mi única gracia y cuando estaba rebosante de buenas intenciones, podía ser la virtud más grande que puede poseer un ser humano.
Si sólo se hubieran asomado dentro de él..., si sólo hubiesen revuelto entre las ruinas de mi deshecha vida y se hubieran dado la oportunidad de encontrar lo que allí estaba enterrado.
Esa gran necesidad de amar y ser amado, lo que de bueno aún latía dentro de él; tal vez se decepcionaran de igual forma, pero cuando menos no hubiese sido antes de haberlo intentado realmente.
Tenía deseos de encontrar amigos, de ser aceptado por todas las personas, de que alguien abriera sus brazos para estrecharme como lo hace un padre a un hijo o un hombre a su hermano, pero siempre encontraba rechazo.
Como es cierto que de la gente con hogar algunas veces no surgen buenos elementos, también es verdad que de personas como yo puede salir alguna excepción, si sabes cómo llegar a nuestro corazón, o acaso crees que nosotros no somos capaces de amar y de luchar por algo en lo que creemos.
Esas personas que pueden resultarte tan repulsivas guardan en su interior sentimientos tan nobles como cualquier ser humano, solo que no somos capaces de llegar a verlo, quien conozca un poco más que el común de los mortales el alma humana, sabrá de lo que hablo. Cuando no te conoces a ti mismo, no puedes ver lo que hay dentro de ti, y no sabes de lo que eres capaz en un momento determinado; ésto lo reflejas a los demás.
Etiquetamos a las personas, como buenas o malas, feas o hermosas, viciosas o virtuosas; pero olvidamos que en todos los seres humanos están todas esas posibilidades latentes y que solo salen a la superficie unas cuantas, las cuales se encuentran a simple vista, pero una persona hermosa es capaz de actos horribles y pervertidos, igual que un vicioso es capaz de enamorarse y sacrificarse por dicho amor, sólo hay que ver lo que no se puede percibir con los ojos y te darás cuenta de la gran cantidad de posibilidades para cada ser humano y que eso que ves, tal vez es precisamente lo contrario.
¡Claro que no es un tal vez!, siempre es lo contrario, porque la mayoría de las personas esconden su lado oscuro, que es el que no desean mostrar a los demás y actúan a la inversa de lo que realmente son, y muchas veces no se dan cuenta de ésto porque lo hacen inconscientemente.
Sólo por ilustrarlo, te comentaré que una persona que grita para intimidar, es precisamente la más débil de carácter; el hombre que más hace alarde de virilidad, quizá sea impotente; la mujer que se asuste más de los hechos naturales de la vida, quizá sea quien más los ejecute y que el hombre que grita a los cuatro vientos una hipotética conversión causada por el encuentro de Dios, sea quien peor lleve a cabo sus designios.
Con esto no quiero afirmar que todos sean buenos, pero sí deseo hacer notar que muchas de las acciones detestables de gente como nosotros tiene sus orígenes en la forma desagradable en que personas como tú nos juzgan y nos tratan.
Así es, todo tiene una causa, y no intento cambiar estas cosas.
¿Qué podría hacer alguien como yo para que recapaciten los demás, si sólo con verme ya te has hecho una mala imagen de mí? No soy tan ambicioso, sólo deseo que comprendas que hay otra cara de la moneda, esa donde nadie quiere echar un vistazo.
Alguno puede llamar apología del vicio a estas ideas, pero creo que ya he puesto bastantes ejemplos de lo que quiero decir, como para que te des cuenta que no quiero encontrar una justificación a los males de este mundo, sino, recordar que todos cometemos errores y que, si comenzásemos a aceptar esto, quizá el mundo que le legáramos a nuestros hijos sería mejor.
Mientras tanto, ya que esto no es posible, continuaré con la memoria de aquellas horas lejanas de mi pasado por las calles.
Había días en que tenía alucinaciones, a veces me imaginaba que veía llegar a Dios entre nubes de fuego y el estremecimiento de la tierra; me rescataba de la oscuridad en la que había vivido hasta entonces para llevarme donde la luz nunca se termina.
También había otros días —y estos eran más comunes—, en que veía monstruos que me atacaban y querían devorarme; todo era horrible y después esos terroríficos episodios de espantosas alucinaciones, siempre me encontraba golpeado o lastimado, sin recordar exactamente lo que había sucedido. Esas sustancias estaban acabando con mi mente, mi vida ya no era tan grata cuando tuve la necesidad de utilizarlas.
No lograba apreciar el placer de la amistad o de la compañía, no sabía ni quien era, ni como me llamaba; todo esto era el resultado de esas noches sin nada en el estómago.
Por tener que aguantar esas heladas tuve que volverme adicto a sustancias tan tóxicas como el mismo veneno y por culpa de ello aún mi mente desvaría alguna vez.
Recuerdo una ocasión en la que un pequeño e inocente cachorrito venía tras de mí, pero en mi delirio, en lugar del canino, vi un lobo negro que me atacaba y me defendí; lo pateé hasta que le dejé desecho, cuando recuperé mis cinco sentidos, el animalito estaba junto a mi agonizando y me lamía la cara lastimeramente.
Ese hecho marcó mi vida para siempre y deseé emprender el camino de regreso a la vida normal, pero me faltaban fuerzas para continuar y volvía a tropezar, esos fueron sólo los inicios de una terrible lucha. Gracias a Dios no cargué en la conciencia con la muerte de aquel pobre pequeño, porque se recuperó de mi maltrato y desde entonces caminó junto a mí hasta que le llegó la muerte de manera natural.
También le doy gracias a Dios de haberlo encontrado, ya que me dio la lección más grande de mi vida; me di cuenta como me estaba destruyendo y a qué grado podía causarle daño a un inocente.
Pensé en lo que hubiese pasado de estar frente a un hijo.
¡Sabía que ibas a preguntarme eso!, precisamente por eso mencioné este trágico hecho.
No golpeé aquel animal conscientemente, era a una bestia de la que me defendía, eso era lo que veía, solo le pido perdón a Dios por ese episodio de mi vida. Tal vez existan personas que realizan actos parecidos sin ningún remordimiento, yo no puedo juzgarles, porque desconozco los motivos que les mueven, como de seguro, quien haya visto lo que hice tampoco conocía los míos.

Capítulo siete - La voz del viento

Capítulo Siete

Así trascurrió mi juventud, entre el bullicio de las calles, la droga y el abuso, arrebatando a otros un bocado para vivir, subsistiendo de limosnas de los extraños, buscando en los basureros y creándome un pedazo de cielo para la otra vida.
Esto último fue un sarcasmo, ¿lo notaste, verdad?
Así dicen las personas que son las cabezas de las iglesias, pero tu pedazo de cielo en la otra vida es el que ellos te niegan aquí en la vida terrenal. Ni que decir que muy rara fue la ayuda recibida de estas personas, pero no los culpo, ellos tienen sus gastos y su lista de actividades más importantes que ayudar a los muertos de hambre.
La razón de ser de esas organizaciones no es otra que ayudar a los necesitados.
Sí, a quienes necesitan un lugar donde refugiarse de su soledad, ayudar a quienes su corrupción es tal que ya no pueden vivir en paz consigo mismos y necesitan buscar un lugar que les proporcione paz espiritual, ayudar a recaudar dinero para sus eventos sociales y ayudar a otras organizaciones que tienen fines comunes.
Un día pasaba por un templo y me dio curiosidad escuchar a gente que daba un testimonio y sin ninguna vergüenza, el primero afirmó ser violador de mujeres y que estaba arrepentido, el otro era alguien que entraba a las casas a robar, otro más golpeaba a su mujer, y otro tenía el vicio de las prostitutas, el último aseguraba que sentía atracción por los pequeños y que desde que encontró a Dios había cambiado su vida.
Éste último fue el que me hizo sentir más asco, pensé que todo eso no era más que un teatro y que no pasaría ni un año en que el violador volvería a sus andadas, el roba casas rompería otra cerradura, el maltratador de mujeres golpearía a su pareja, del que visitaba prostitutas nada tengo que decir, pero del otro... lo maldije para mis adentros y me retiré de allí con el sentimiento más profundo de repugnancia que te puedas imaginar.
No era lo que hacían estos hombres, sino la hipocresía de decir que han cambiado.
Cuando alguien realmente cambia no lo anda pregonando, sólo olvida...
Luego me enteré que el pastor había estado en la cárcel por tener vínculos con el narcotráfico... qué casualidad.
Yo creo que las personas nos equivocamos, pero el vicio no debe ser revestido con la religión y un falso arrepentimiento, sino con un verdadero cambio interno, que nada tiene que ver con andar pregonando lo que fueron.
Porque con ello solo demostrarás a los demás tu falta de imaginación y tu gran estupidez, pues como podrías haber cambiado realmente, si te sigues acordando de esas cosas, más bien parece que te enorgulleces de los pecados que cometiste.
Amigo, la procesión se lleva por dentro, quien ande gritando que cambió, es precisamente lo contrario, como te lo dije unos momentos antes.
Por eso no me acerqué nunca a las iglesias, prefería buscar otros medios de procurarme el pan, en lugar de perder el tiempo.
Mis amigos y yo, para obtener un poco de dinero honradamente, limpiábamos parabrisas, vendíamos chicles, escupíamos fuego, hacíamos malabares en las esquinas, piruetas en los semáforos y payaseábamos en los transportes urbanos y hasta algún suertudo logró en algún momento conseguir un lote de periódicos para vender.
Cuando uno de nosotros lograba un excedente, ese día era de fiesta, íbamos a la terminal de autobuses del ADO, cerca de la calle principal que era nuestro territorio y nos comprábamos unas tortas de pierna de puerco, esas que tenían muchos frijoles, mucha carne y bastante chile jalapeño, una verdadera joya para niños que acostumbran a comer desperdicios de la basura.
Las saboreábamos con un placer que deseábamos, nunca llegara a su fin; la próxima vez que te eches un bocado a la boca sin tener hambre piensa en lo que te estoy contando ahora.
Esas tortas forman hoy uno de mis más gratos recuerdos, porque después que comíamos, se nos quitaba hasta el frío, no sentíamos hambre hasta el otro día, y comenzábamos a recobrar las fuerzas. Pero eso sí, no había que comer mucho, porque nos intoxicábamos fácilmente por culpa de las toxinas de la carne, tanto tiempo de no consumirla era lo único que nos ocasionaba.
Te acuerdas como disfrutaba el Chavo del Ocho con las tortas de jamón; así es, ese personaje tan conocido y querido de la televisión mexicana allá por los años de la nostalgia de cualquier cuarentón; no es más que una simpática y amable parodia de lo que nosotros somos. Y sí, Chespirito había dado en el clavo; no hay mayor placer para un niño de las calles de México que una gran torta de jamón, de pollo, de milanesa o de lo que sea.
Si alguna vez, ese personaje te enterneció, entonces, ¿por qué no volteas cuando un niño de verdad está junto a ti y te pide ayuda?
Cuando pienso que existe gente que se gasta una fortuna, por ir a derramar lo que le sobra sobre una desdichada que tiene que abrir sus piernas para comer, y que la mayoría de las veces no quisiera estar haciendo eso; me da una indignación muy grande y querría tenerle enfrente para obligarle a llevar ese dinero a su esposa o a sus pequeños, y si le sobra un poco, ¿por qué no?, quitárselo, para darlo a quien si lo usaría en algo benigno.
Los hombres no deberían tener más de lo que necesitan, sólo así podrían vivir en paz, pero esa es la ley de la oferta y la demanda, hay quien pague y quien se venda y esto es bueno para la economía del que se vende y del que compra y ese es la base de un sistema económico.
Nada más mira a un pequeño pajarito recogiendo gusanitos de la tierra y uno que otro pedazo de rama para su nido, y que le importa construir un imperio para dominar a las otras aves, imagina que grotesco que ese pajarito quisiese para sí a todos los gusanos y no compartiera con otros hermanos pájaros su tesoro, y cuál sería su estado emocional, si solo viviese para cuidarse las espaldas de los otros pájaros hambrientos, que desean desplumarle para comer un poco de eso que a él le sobra y que en realidad pertenece a los demás.
Tal vez, me dirás que no es lo mismo, pero, ¿estás seguro de que no se acerca cuando menos un poco a lo que sucede con los humanos? A veces se me vienen a la cabeza imágenes estúpidas y veo a ese pajarito extorsionando por un teléfono a su vecino, el pajarito de la rama del próximo árbol, y que sale a la calle con una pistola y le quita los gusanos a sus congéneres, para tener muchos gusanos y no se los come y deja que se pudran, luego regresa a su casa, la cual tiene vigilada por más pájaros criminales y si algún despistado se acerca, le sacan los ojos y le destripan vivo.
El pájaro mafioso regresa a la casa y desde su móvil comanda a una parvada que tiene atemorizada a la ciudad, se pasea por los aires en un avión blindado, porque las alas cual más se las cortaría si lo tuviese enfrente y los otros pájaros, que son miles, le tienen miedo a este pájaro y su grupito de guardaespaldas.
El pájaro mafioso sale a pasearse por ahí con un porro de mariguana en el pico, y un paquetito que lleva para que otros pájaros se embrutezcan igual que él, sólo que éstos últimos tienen que pagar para engordar su cartera. Y el pájaro regresa a casa. Bajo sus plumas oculta una ametralladora, y cuando otro pájaro se le pone enfrente para detenerlo, lo despedaza desde su avión blindado.
Y más de la mitad del pueblo tiene hambre y vive bajo el yugo de este pájaro malvado, que además de mal intencionado, ya consiguió postularse como gobernador del estado de los pájaros.
Y los lambiscones andan enredador de él, intentando obtener una miseria, a cambio de dejarse pisar.
Y el pájaro mafioso se caga sobre las cabezas de los lambiscones, y los pisa una y otra vez a grandes carcajadas, cantando y bailando y se viene una y otra vez en sus picos.
¿Graciosa la imagen que te presento, no crees...?
Pero me estoy yendo de nuevo por las ramas y me traje los pájaros con todo el árbol. No es de los pájaros que quiero hablar, ni de como someten a sus hermanos pájaros, sino de la humanidad, y como la ambición de uno puede provocar el malestar de muchos.
Como te decía, los hombres no deben tener más de lo que necesitan, y si eso fuera así, quizá no se acabaría el hambre, pero, habría menos bocas hambrientas.
Un día todo eso cambiará, pero mientras tanto, ¿qué hacer?
Lo que hasta ahora está comprobado, que el día en que eso cambia, es el día de la muerte de cada uno de nosotros, lo demás es incierto, porque ese momento en que entregamos el equipo, es cuando se acaba el dolor, el sufrimiento, el hambre y la desdicha.
Ese día ya no somos pobres, negros, blancos, ricos, flojos, drogadictos, putas, ni nada de esas etiquetas que ponen los seres humanos a las personas, ese día no somos más que carroña.

martes, 28 de febrero de 2012

Capítulo ocho - La voz del viento

Capítulo ocho

Un día de tantos, en las peligrosas calles de la ciudad, conocí una joven de nombre Aurora. Se encontraba en comprometida situación, ya que un hombre le quería obligar a subir a su automóvil.
Me apresuré a detenerle, lográndolo casi de inmediato, ya que el tipo venía desarmado y era muy torpe con los puños.
Aurora, al verse así liberada de su opresor, se desboronó. Comenzó a llorar y a darme las gracias, me presenté con ella y a partir de ese día nos hicimos buenos amigos.
Lentamente se encariñó conmigo, desde entonces nuestras frías noches, ya no fueron tan heladas.
Sí, hablo de Aurora, esa chica que conoces tan bien...
De todo esto nació el amor, y desde ese momento dejé de caminar solo por esta vida.
Íbamos madurando a la par que crecían nuestros cuerpos y cuando pasó un tiempo más o menos razonable, ella me dijo que deseaba dejar esa vida, que buscáramos trabajo, nos casáramos y compráramos una casa.
Debes saber que ninguno de los dos contaba con algún documento legal, ni créditos, ni alguna cosa que nos ayudara a comprobar que éramos personas y ciudadanos de esta corrupta nación. Me dijo que quería aprender a leer y que entraría a la escuela, en lo posible dejaría ese tipo de vida e intentaría ser como la mayoría de la gente.
Para ese entonces contábamos con quince años y pues, ya comenzábamos a vernos mal como niños callejeros.
Pasaríamos a convertirnos en adultos indigentes, algo que es aún peor que ser niño de la calle.
Preguntas por qué.
Porque un adulto puede trabajar y precisamente era lo que ella quería.
Algunos otros habían nacido prácticamente su vida en las calles y allí morirían. Pero gracias a Aurora, mi destino estaba cambiando, ella empujaba dichos cambios hacia un horizonte mejor, más benigno, con una vida normal.
¿Te sorprendes? Claro, pero así es.
Nosotros también nos enamoramos, también encontramos quien nos ame, aunque no sea la regla, y también logramos salir adelante si nos lo proponemos.
Recuerda que igual que tú, somos seres humanos y no solo estorbos que consumimos aire y un poco de alimento.
Hablé con los amigos, les comenté sobre Aurora y nuestros planes, se entristecieron porque ya no estaríamos con ellos; pero al mismo tiempo se contentaron sinceramente por nosotros, porque aunque abandonáramos nuestro tipo de vida y a los hermanos que hasta entonces habían permanecido tan cerca de nosotros, en nuestro camino habría felicidad y prometimos no olvidarnos de ellos jamás.
La despedida fue muy emotiva y esa noche hicimos una gran fiesta, sin comida y sin bebida, pero fiesta al fin de cuentas.
Sabe Dios que las personas no necesitan nada más que la intención de divertirse, si lo único que desean es esto último.
Quien piense que para divertirse es necesario que haya música, alcohol, e incluso drogas o cualquiera de esas cosas que usa hoy en día la juventud, argumentará en contra de la diversión que se pudo obtener esa noche.
Pero te aseguro que mis amigos y yo no olvidaremos las sonrisas, los juegos y chascarrillos que iluminaron nuestra despedida.
Tras esa velada, daba comienzo una nueva vida, escribiríamos una historia totalmente diferente, la de una familia de verdad, ya no seriamos dos pobres indigentes vagando por las calles de la ciudad, pero había sido tanto el tiempo que pasamos de tal forma, que era difícil volver a entablar esa relación cordial con la sociedad que habíamos perdido desde hacía mucho.
Iniciamos una vida juntos, como el par de enamorados que éramos y tanto fue el uso que le dimos a aquel viejo colchón, que ella quedó en estado interesante casi inmediatamente; el primer año pasó demasiado rápido, no teníamos trabajo y aún no conseguíamos una casa donde vivir.
Antes de que ella tuviera nuestro hijo, conseguí un empleo como peón de obras y me hice de unos centavos para levantar un hogar de láminas de cartón —material común para dicho propósito entre las familias de bajos recursos—, en uno de los terrenos abandonados de una colonia popular.
No tardó en aparecer el dueño, que de ausente tenía ya casi veintidós años.
Hablé con él, le expuse la situación en que me encontraba. Llegamos al acuerdo que me saldría de la casa en cuanto tuviera donde ir y mientras tanto, me dejara pagarle una renta por el uso de la tierra. Me dijo que estaba de acuerdo, pero, que si no le pagaba a tiempo, me sacaría al tercer día sin ningún remordimiento y me hizo firmarle un contrato donde yo estaba en conocimiento de que esto tendría efecto de no cumplir en el plazo a más tardar de tres días con la liquidación total del importe de la renta, que por otro lado era demasiado alto.
Luego Aurora, ya con veintiocho semanas cayó enferma y fue peor, porque ya no podía ir a trabajar por lo avanzado de su embarazo.
Entonces se me ocurrió una mentira piadosa, después de salir de la faena diaria, iba a tocar las puertas de las casas y les decía a los dueños que había perdido mi cartera, que no era del pueblo y necesitaba regresar a mi hogar.
Quienes lo creían me daban unas monedas y de esta forma juntaba unos doscientos pesos diarios. Era menos que lo que hacía en la calle con los amigos que pedían cooperación a quien vieran frente a ellos, pero era dinero honrado.
Con esta inocente mentira junté para pagar el parto de Aurora, y nació mi pequeño.

Ya estaba fuera de la vida callejera, pero cuando veía a un elegante, iba en retroceso hasta los recuerdos de mi recién vivida juventud.
Quizá él, ni siquiera me hubiese notado, pero a mí se me revolvía el estómago.
Era tan difícil poder sentirme como uno más de los miembros de esta clase.
Pensaba en los días de hambre, los desprecios por los que había pasado por estas personas y no lograba asimilarlo. Imaginaba donde estaba ese dinero que diariamente la gente iba a entregar a un supermercado a cambio de unos productos de uso básico y que se vendían a precios altísimos.
¿Dónde iba a parar todo aquello?
Y las náuseas se apoderaban de mí una vez más, y este elegante no tenía la culpa de nada, ni siquiera él formaba parte de los verdaderos ricos, pero me hacía recordarlos.
Pensaba en ese dinero que entraba en las cuentas de los peces gordos, tenía que salir de algún lado, es lógico, si nos quitan lo que nos pertenece a cada ciudadano de este país, es de imaginar que las cuentas crezcan desmesuradamente. Por ejemplo, ¿de dónde sale la fortuna de los cantantes o de cualquier rico?
Evidentemente de lo que se va exprimiendo del pueblo, no es un robo propiamente hablando, se trata, mejor sea dicho, de un flujo injusto de las aguas de un río hacia un mar inmenso y este último no alimenta en alguna forma al río para que recupere lo que va perdiendo. Cada ciudadano que esconde la fortuna y no la pone en movimiento está cometiendo un crimen en contra de la humanidad.
El dinero debe moverse para que pueda impulsar la vida y la economía, sino, para qué sirve, él es el medio a través el cual se realizan las transacciones, mientras más poder de compra vayas acumulando, se lo estás quitando a alguien más y estás paralizando la economía.
Por tanto, si tú guardas un peso debajo del colchón, en lugar de dárselo a alguien que lo necesita; observa, con uno solo que guardes, cuantas transacciones estás deteniendo.
Ese peso sale, y compras un confite, con ese peso, el confitero completa para comprar su próxima cajita de dulces, que a su vez la persona que le vendió los confites al confitero, necesitaba porque tiene un puestecito de dulces y no había caído ningún cliente ese día y cerraría sin ventas, pero gracias a ese peso, pudo obtener una entrada de dinero que le permitirá comprar la cena, aunque su balance quede en números rojos para el día siguiente, y así sucesivamente, la cadena es larga, pero si atesoras ese peso y no le dejas circular, detienes el flujo de toda esa economía.
Y si un millón de personas guardan dos pesos y no los utilizan, diariamente, se está deteniendo dos millones de pesos, eso sí solo se realiza una transacción cada día con ellos. Pero seguro que son utilizados más de una vez durante veinticuatro horas, estoy hablando de transacciones pequeñas, que por su número elevado golpean la economía tanto como las grandes.
¿No es justo verdad?
Por esos pesos guardados bajo el colchón, tenemos hambre los mendigos como yo.
Y muchos más que no son mendigos pero no encuentran el dinero que alguien escondió.
La gente no tiene circulante, porque el que tiene no lo usa. Dicen que si imprimen más billetes los precios se disparan.
Claro, pues todos tendrían con que comprar, los vendedores subirían los precios y quedamos igual o peor, es mejor administrar correctamente lo que tenemos, pues con más moneda y el mismo recurso solo se alcanza el equilibrio con precios más altos, pero, y el dinero de las tarjetas, los cheques y las cuentas de ahorro, ¿acaso ese no cuenta?, cuando restringen la moneda, a quienes nos afectan somos a quienes solo contamos con moneditas y billetes.
Te pregunto algo, ¿acaso el dinero de las chequeras no causa inflación?, a otro con ese cuento.
Pero eso a mí ya no me importa, ya estoy más allá que de este lado.

Por fin encontramos una habitación barata en renta.  Allá nos fuimos a vivir y conseguíamos pagarla con grandes sacrificios. Agradezco al dueño del terreno permitirnos permanecer en nuestro hogar por un tiempo razonable, aunque nos haya tratado como delincuentes.
Más tarde encontré un nuevo trabajo, me iba bien, ganaba suficiente y tenía buenas relaciones con mis patrones.
Todo estaba de maravilla, hasta que un día a alguien se le ocurrió decir que yo le había robado.
Me revisaron; no sé quién, ni por qué, me pusieron en el bolsillo el objeto que aseguraban, había sido hurtado de uno de los casilleros de los empleados y fui a dar a la cárcel. No perderé el tiempo tratando de demostrar mi inocencia, la secuencia de la historia lo hará por mí.
Estuve encerado varios meses, hasta que el que hizo la bromita dijo que había sido un mal entendido.
Mientras tanto, golpizas, hambre, vergüenza y maltratos no faltaron en esos meses intensos.
Es una experiencia que no le deseo a nadie, y se siente peor cuando sabes que no eres culpable de lo que se te acusa.
Cuando logré salir, me dieron una patada por el trasero y me dijeron que me portara bien, si no quería volver a pisar la cárcel, como si hubiese sido yo el culpable de que me encerraran.
Yo que siempre había sido tan confiado, aprendí en la cárcel a cargar una navaja en el bolsillo y estar listo para cualquier ataque. Cuando andaba con mis amigos, caminaba con la confianza que da andar en un grupo y que no haya enemigos cerca.

Si en ese tiempo que pasé preso, Aurora y tú se conocieron, amigo mío; y tú le ayudaste a mantenerse, te lo agradezco de corazón, no solo eso, sino todo lo que hiciste para que ella y mi hijo estuvieran bien durante ese maldito periodo de encierro, si no te lo dije antes, te lo digo ahora... gracias.

domingo, 26 de febrero de 2012

Capítulo Nueve - La Voz del Viento

Capítulo Nueve

Ese último día de encierro que no esperaba que estuviese tan cerca, se introdujeron en mi pecho sentimientos encontrados, el de la tristeza por todo lo que tuve que pasar por culpa de esa persona que sólo declaró contra mí por maldad y la felicidad de encontrarme con la libertad de nuevo.
Cuando eres libre no te das cuenta del valor de la libertad, sólo valoramos lo que tenemos el día que lo perdemos.
Esos cuantos meses en la cárcel me hicieron meditar acerca de mi vida y hacia donde la estaba llevando.
A partir de ese momento salí con el firme propósito de hacer las cosas mejor.
Por ahora lo más importante era ir a ver a mi familia, juntarme con ellos y demostrarles cuanta falta me habían hecho todos esos días que para mí fueron eternos.
Cuando me incorporé de nuevo a la vida normal y, con todas las energías del mundo comencé a buscar un empleo, me di de frente con la realidad más desalentadora; no querían darme trabajo por culpa de mis antecedentes penales, por lo que tuve que iniciar de nuevo las peregrinaciones de mendigo y esta vez fue en contra de mi voluntad. Que más hubiera deseado que iniciar con un empleo inmediatamente, pero parece que quienes caemos en la cárcel quedamos marcados para el resto de nuestras vidas.
Pedía sólo para comer y si me daban comida para mí y Aurora mejor. No faltaba quien preguntaba por qué andaba mendingando un hombre tan joven y fuerte como ellos me veían.
Quien se pregunte eso seguramente no se ha enfrentado al rechazo reiterado de cada uno de los miles de lugares donde solicitaste trabajo, el hambre aprieta, yo que más hubiese querido que trabajar inmediatamente, pero cuando no hay oferta de empleo, que se puede hacer para llenar el estómago, hay dos opciones, robar o pedir, yo opté por esta última y la gente no se daba cuenta de que al pedirles, les estaba ahorrando un susto, además mi conciencia quedaba limpia.
Cierto, hay otras opciones, pero se debe resolver el problema del momento, la manera más rápida era esa, aunque intenté de muchas formas encontrar empleos informales; pero, quien enfrente al dilema de mantener una familia, podrá entender que un sueldo mínimo no alcanza ni para el que trabaja.
La cuestión estaba en volver a integrarme a la sociedad, pero, ésta me rechazaba, no quería darme paso entre los individuos que pertenecían al otro mundo.
Alguno decía, “¿por qué mejor no corta el pasto, lava el piso, o pinta la casa?, así sí le ayudo”.
Sólo palabrería, la verdad, cuando ofreces tu trabajo siendo un desconocido y con las fachas que tenía, nadie te abriría las puertas de su casa.
Un día de esos, en los que más muerde el hambre, toqué infinidad de puertas sin obtener apoyo de algún alma caritativa. Iban a dar las cinco de la tarde, cansado, acalorado y con un poco de fiebre, me acerqué a la última casa diciendo en mi interior:
«Si aquí no obtienes ayuda, regresa a tu hogar con los tuyos, mañana quizá haya para comer.»
Entonces, salió una dulce matrona y me preguntó qué deseaba.
Pude ver en sus ojos un destello de bondad, y di gracias a Dios de haber encontrado esta buena mujer en mi camino.
Le expliqué lo que me afligía, le dije que, no deseaba hacer esto, pero que por lo pronto no había encontrado un empleo; entonces se dirigió a la cocina, tomó algunos bocadillos y me dio un plato con cuatro tacos, de los cuales me comí uno y guardé los otros para Aurora y el niño.
Me dio un poco de limonada, le dije por favor, le pusiera mucha azúcar y poco jugo de limón, porque sentía que me ardían las tripas, y con lo dulce esperaba que se me quitara el hambre, o cuando menos los mareos.
Me senté en la puerta pidiendo permiso y abusando de la confianza de la dueña de la sencilla vivienda; entonces escuché unos pasos pausados tras de mí, y vi una sigilosa sombra que se acercaba; para mi sorpresa, cuando levanté la vista, Pablo, un viejo amigo de los años de escuela estaba a un lado mío.
Vendía enciclopedias mediante un sistema de catálogos, el joven estaba ataviado con traje y corbata. Qué contraste, mis ropas y la suciedad de mi rostro envuelto en la sal de las horas de sol,  de caminatas arduas y esa pulcritud de aquel amigo, que en su vestimenta dejaba translucir tiempos mejores; las señora venía en camino con la limonada cuando dijo:
—¡Pablo, eres tú!, ¡Dios mío, cuantos años han pasado!, es increíble que el destino te haya traído hasta aquí.
Al verme sorprendido y casi desbordando lágrimas de alegría, abrazado a Pablo sin tomar en cuenta que podría dañar su indumentaria, ésta preguntó:
— ¿Acaso conoces a este muchacho?
Pablo contestó:
—Sí le conozco, es uno de los mejores amigos que he tenido en mi vida, y por motivos ajenos a nuestra voluntad fuimos separados hace muchos años. Es increíble como la vida nos juntó en este día.
En ese momento apareció Rufino, un amigo de Pablo, al cual éste llevaba años sin ver, igual que a mí; era el hijo de aquella señora, quien tan amablemente me había invitado un poco de comida; llevaba una pistola en la cintura, ahora dedicaba sus horas a trabajar como policía federal.
—Rufino —dijo Pablo sonriendo a su amigo—, no puedo creerlo, ¿y qué haces con esa pistola?
—¡Pablo, qué gusto volver a verte después de tanto! —contestó Rufino—. Ahora trabajo de policía federal, como ves no uso uniforme, soy agente secreto.
— No creo que sea tan secreto, si andas con esa pistola a la vista y a la primera oportunidad me lo has dicho a mí.
— ¡Oh!, ¿ustedes se conocen también? —preguntó la madre de Rufino.
—Sí —contestó Pablo sin poder ocultar su felicidad—, él era amigo mío y compañero de juegos en la primaria.
— ¿Y tú a que te dedicas ahora Pablo? —le pregunté.
—Cómo puedes ver, ahora vendo estas enciclopedias, pero...
— ¿Qué pasa?
—No sé por qué Dios nos hizo encontrarnos hoy —continuó Pablo—, porque parto mañana para los Estados Unidos.
—No puedo creerlo—contesté y no pude ocultar el gran sentimiento de tristeza e impotencia de sentir que perdía a un amigo que acababa de recuperar.
—Espero que te vaya muy bien allá en el otro lado —le dije.
—Y tú que has hecho todos estos años de ausencia.
—Me casé —continué—, y ahora tengo un bebé y una linda mujercita esperándome en la casa, para comerse estos taquitos, ando buscando trabajo y no encuentro.
Pero, ¿sabes?, no tengo ropa decente para ir a solicitar, ya se me acabó toda, yo creo que por eso no encuentro quién me contrate.
Pablo se quedó platicando conmigo casi media hora fuera de la casa, yo pensaba en el hambre de mi niño y su mamá, pero Pablo era un amigo y nunca le volvería a ver, no podría asegurarlo, aunque era lo más probable.
Si ellos habían aguantado ya veinticuatro horas, que serían unos veinte o treinta minutos más. Por fin Pablo se despidió de mí y entró a la casa de su otro amigo, dejándome afuera, tan solo como al principio, pero con ese sentimiento que se asemeja a una fuerte estocada en el pecho, al saber que partiría mañana.
Me ofreció su puesto en la agencia de ventas, pero no poseía ropa adecuada para ir a vender los libros, además yo era un poco rudo para comunicarme con otras personas.
Regresé a casa y Aurora me preguntó por qué había tardado tanto, le dije mis razones, y ella comprendió.
Entonces, con gran regocijo le vi compartir los taquitos con mi pequeño.

—¿Qué es lo que desea señor?
No es posible que usted sea más inoportuno, estamos en un asunto de mucha importancia para mí, ve que casi me estoy muriendo, el señor es escritor, y toma notas para el que será el libro de mi vida, y usted le exhorta a que abandone la sala justo antes de terminar mi historia.
¿Qué dice, que unos policías vendrán al cuarto?
¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Yo no he hecho nada, fue a mí al que agredieron.
¿Quieren tomar mi declaración?, ¿pueden aguardar unos minutos?
¿Cómo?, qué no puedo hacer esperar a la autoridad. Está bien, que pasen, pero si no logro terminar mi historia, ustedes serán los culpables.
Señor policía, quiero terminar con esto inmediatamente, ¿puede darse prisa?
Así es, ya sabe, lo que los testigos dicen es exactamente lo que tengo que repetir, ¿no es prueba suficiente el estado en que me encuentro?
¡Sí, sí!, dígame dónde debo firmar.
Ya está, ¿algo más?
¿Qué si tenía enemigos?, Sí y muchos, pero no creo que haya sido ninguno de ellos.
A este hombre no lo conozco, lo único que puedo decirle es que venía en un automóvil de lujo negro, no me pregunte el modelo porque desconozco de este tema, usted sabe, nunca en mi vida soñé con tener alguno.
Quiere el nombre de mis enemigos, no creo que le sirvan de nada, no tienen domicilio, ni siquiera tienen un nombre real, que le parece si le digo alguno, busque al Red Bull, o al Heavy Metal, tal vez podría encontrar información con Leviatán o el Axel Roses.
No me lo estoy inventando, son pandilleros que no usan nombres reales, y eran mis enemigos, sólo porque peleaban por su territorio, pero una vez fuera de éste, dejaban de molestar.
Podría darle muchos nombres más, pero todos serían del mismo género, y ninguna dirección o referencia de dónde comenzar a buscar.
El hombre que me hizo esto pertenece a otro medio, era un elegante, no sé porque se ensañó así conmigo, yo nunca lo había visto.
¿Qué cómo era? No tuve tiempo de verlo, ya me dirá usted cuando lo encuentre.
¿Muchas gracias señor agente, sé que está haciendo su trabajo, dice que regresará en unas dos horas?
Está bien yo no me moveré de aquí, tenga eso por seguro.
—Has sido interrumpido del mismo modo que yo, hace unos años, cuando trabajaba en la recepción de un hotel de los Estados Unidos, escribía un libro como éste, llegó primero un policía, yo había ido por una Coca Cola a una máquina de refrescos; se trataba de una fría noche de invierno, con la nieve hasta el cuello, y de esto surgió un incidente, ya que cuando vi al policía, éste me dijo, —¿me das permiso de entrar a la recepción?— le dije que sí, cuando detrás vi un escuadrón completo de policías y soldados, enfrente dos japoneses aún recuerdo el nombre de uno de ellos, Wu Yuquean el otro quién sabe cómo se llamaba, y venían con la cara amarilla por el susto y la sonrisa estereotipada de los orientales.
Uno habló en inglés con un fuerte acento japonés y no le entendí una palabra, el otro rectificó y me dejó en las mismas.
Entró un oficial y me explicó que habían chocado; después lo siguió el escuadrón de policías, y tras ellos venía una mujer de la Armada, la chica más bella que te puedas imaginar, con un rostro limpio, despejado y sereno; su uniforme masculino le daba un aire andrógino y su gorro de frío le cubría la cabeza que no permitía que su rubia cabellera diera a la luz, aun así con gorro y todo, era un sueño; traía unos lentes de armazón negro, gruesos, de esos que usaba Betty la fea, ¿recuerdas ese programa?, pero en esta mujer realzaban su belleza, en sus profundos ojos risueños y claros como el agua.
Era pequeña y dulce, y cuando entró en la recepción escuché que dio su nombre, Loren Salas, sí esta chica era hispana, y con un bello nombre, me dejó un nudo en la garganta, pero que mujer tan hermosa, me olvidé de policías, de japoneses y de otros individuos que había penetrado al recinto centrando mi atención al rostro, específicamente a los labios y ojos de esta mujercita divina.
Y la imaginaba en los entrenamientos, ¿cómo sería una chica tan frágil en las rutinas dentro de un cuartel militar?, quizá ella era la que comandaba, tal vez esa fragilidad era sólo engañosa.
Luego entró a la recepción alguien más, una negra matrona que también había sido víctima del accidente, y observé como la chica contrastaba con ella y se fundía en un abrazo maternal a aquella gran mujer negra que lloraba como una niña pequeña por haber sobrevivido a ese tremendo shock, donde su carro había quedado completamente aplastado.
Y que dulce mujer, dentro de sus pantalones de soldado, con el casco que rodó por un instante por los suelos y el cual levanté inmediatamente para dárselo; aunque, seguro que esta chica no estaba acostumbrada a este tipo de detalles.
Le pregunté si hablaba español, me dijo que no.
Mi inglés era un poco limitado, intercambiamos una sonrisa y le vi partir en su vehículo militar, para entonces los policías se habían ido también.
— ¿Y por qué me estás contando eso?
—Para que veas la coincidencia, como fui interrumpido también mientras hacía mi historia.
—En serio, no valoras mi tiempo, ves que me estoy muriendo y te pones a hablarme de no sé qué mujer y no sé qué Chinos y que nada tienen que ver con los motivos que teníamos de esta entrevista.
—No te pongas así, y ahora podemos continuar con la tuya, ya que se han retirado los intrusos.
—De verdad que me has herido, como ves cada minuto que gastes con cosas que nada tienen que ver conmigo, serán líneas restadas al libro de mi vida, ¿te parece eso justo?
—Ahora eres tú quien le está restando líneas, porque a pesar de que te he dicho que continúes, sigues con lo mismo.
—No te das cuenta de lo que dices, mejor guardaré silencio y me llevaré el fin de mi historia a la tumba.
—Vamos, no seas así, amigo, continúa con tu relato, no quiero tener que inventar el final.
—Está bien, pero, por favor, no me vuelvas a interrumpir con cosas que no vienen al caso.
—Te lo prometo.

Capítulo Diez - La Voz del Viento

Capítulo Diez

Algunas veces, al momento de acostarme, cerraba los ojos, ya fuera bajo de las estrellas de la noche en alguna azotea de casa abandonada o un techo prestado por algún buen samaritano.
Me veía a mí mismo en la casa de mis padres, miraba en ese reflejo interno aquellos juguetes baratos y sencillos que nunca volverían a pertenecerme; y el abrazo sincero de mi cariñosa madre, aquella mujer de rostro moreno y amable, con sus cabellos despeinados y su cuerpo rollizo; para mí, era la mujer más bonita de la tierra, la más buena, la mejor; y mi padre, el mejor amigo de mis primeros años, quizá tendría miles de defectos, como todos los seres humanos, pero en aquellos días, a mi nada de eso me importaba, los amaba ciegamente, con amor infantil e inocente. ¡Oh Dios mío!, tú bien sabes cuánto sufrí cuando los arrancaste de mi lado, y cuanto más aún quedaba por sufrir cada vez que surgían las preguntas:
¿Qué fue lo que sucedió?, ¿dónde se fueron?, ¿por manos de quién fueron arrebatados de este mundo?
Era feliz rodeado por los cálidos y amorosos brazos de mi madre, y era el niño más contento en nuestra pobreza de proletarios; término que no tenía significado para mí, viviendo en los arrabales, pero con una familia, con unos padres que me daban todo y con ello me refiero a calor, cariño y confianza; me protegían del dolor que nos proporciona gratuitamente este mundo; aunque no tuviera los lujos o las cosas más comunes que poseen otros niños.
Cada noche, una pesadilla me hostigó reiteradamente; la pérdida de esta dicha, siempre el mismo sueño venía hasta mí, colándose entre los demás y me lanzaba el mismo símbolo como resultado, la pérdida de la familia.
Dicen que somos los culpables de todo lo que nos pasa y lo que tenemos es lo que merecemos  por nuestras acciones.
De acuerdo, partamos de esa premisa; entonces, a mis seis años debí ser un ser despreciable, si de algún modo me gané el convertirme en huérfano y ser lanzado de golpe a los terribles embates de la vida y la más grande maldad del mundo.
A veces pienso en esos niños que se quedan huérfanos en una maldita guerra, aquellos otros que al igual que yo, van cargando una pesada cruz de dolor por toda su existencia, reflejo de su propio corazón cansado. Luego esas almas se endurecen y quieren cobrarle a la vida lo que ésta les quitó, ¿por qué juzgamos sin conocer?, ¿por qué queremos que los demás actúen como nosotros, sino vivieron nuestras vidas?
Los niños de hoy serán los hombres de mañana y éstos se convertirán en eso que hoy están comenzando a vivir y formar en su interior.
No pueden ser otra cosa, que puede surgir de la indigencia y de la vida entre un mundo cruel y despiadado, lleno de desprecio y de injusticia, que reacción puedes esperar de alguien que no ha conocido la compasión de los demás para con él, ¿qué puedes obtener de todo eso?
Sin embargo, a pesar de esas injusticias, aún puedes encontrar en algunos humanidad, tanta e incluso más que en las personas más mimadas por la vida.
Es difícil hablar de estas cosas, porque sé que tú ya estás en contra mía, desde que te he dicho que fui drogadicto, pero así es el ser humano, si no conociera lo que hay dentro de los hombres, los conozco mejor que muchos, crees que las personas como yo no somos capaces de amar, de sentir y de querer lo mejor para los nuestros, aunque es tan difícil dejar de ser lo que somos.
Ese peso lo traemos cargando toda la vida, aun así amamos.
Así como tú no puedes dejar de ser bromista, o un hombre formal, o un religioso devoto o cualquier cosa que seas, existimos quienes no podemos dejar de ser vagabundos, odiosos, prostitutas, asesinos, homosexuales, drogadictos, borrachos, asaltantes, etc. aunque luchemos con ello y queramos salir de ese terrible destino.
Y sufrimos, igual o quizá más que tú, nos juzgas, ¿por qué no sientes como nosotros?, ¿por qué no te asomas a nuestras almas?, ¿por qué no quieres comprender que de todas las cosas hay una segunda cara?
No quiero ponerme de parte del mal, pero no veo otro camino para mí, pues yo mismo formo parte de esa maldad, ¿y qué hombre no?, ¿podrías darme un ejemplo?, ¿quién, durante toda su vida no ha hecho cuando menos una vez el mal a otro?
Si piensas que hay santos que nunca han dañado a alguien, surge una interrogante, ¿acaso ese hombre no se alimenta?
Te pregunto eso porque somos capaces de hacer mucho más mal de lo que crees con los dientes.
Con todo esto de manifiesto, no me resta más que continuar con mi historia, que es lo que más me importa, y no tratar de convencerte de que en los etiquetados como malas personas, también puedes encontrar sentimientos puros.
¡Pero, no te pongas nervioso!, sé que he levantado la voz y me he exaltado un poco, pero, comprende por favor, me duele tanto que mi único amigo se ponga en contra mía en mi último aliento, podrías fingir que me comprendes cuando menos hasta que ya no esté de este lado.
¿Te acuerdas que me hablaste de esa experiencia que tuviste cuando creabas un libro, y como fuiste interrumpido por el grupo de policías y soldados?
Hace unos momentos lo comentaste y si vuelvo a lo mismo, es porque se me hace gracioso como las cosas van creando círculos o espirales en torno de un mismo hecho.
Hace unos instantes fuimos interrumpidos por otro grupo de policías y aunque el ejército no estaba aquí y menos esa bella soldado que mencionaste, había una enfermera, que bien se puede decir que es hermosa y tú estás tomando las notas de un nuevo libro.
Y a todo esto, ¿de qué trataba el libro que escribías?
—Hablaba de un hombre que agonizaba en un hospital, mientras un amigo tomaba notas de su vida para publicarlas en una memoria. »Pero te has quedado blanco, ¿qué sucede? Anda, dime qué pasa, no te quedes callado.
—Lo ves, es lo mismo que está sucediendo en este momento en la realidad, no me extrañó saberlo porque me esperaba algo así, esto forma parte de esos hechos inexplicables que se dan en esta vida, como si todo estuviera regido por una inteligencia suprema, algo que va más allá de las leyes de la física y que no tiene explicación científica.
—Es que está regida por esa inteligencia y se llama Dios, aunque no quieras aceptarlo.
—No lo niego, sólo que en ocasiones lo olvido, como creo que él también lo hizo conmigo. Y antes de continuar mi relato, dime, ¿cómo terminaba tu libro?
—No lo sé, nunca lo terminé.
— ¿Por qué no lo terminaste?
—quizá porque debía dejar la puerta abierta al destino, claro yo no lo sabía, pero ese fue el preámbulo del libro que vendría después, el de tu historia.

Capítulo Once - La Voz del Viento

Capítulo Once

Pasó mucho tiempo antes de que lograra encontrar un empleo aceptable; nunca lo busqué con ahínco , estaba acostumbrado a vivir de lo que se ganaba en la calle limpiando parabrisas en las esquinas de los semáforos. Vendía chicles y dulces en los camiones y todo ese tipo de actividades que hacemos los que vivimos en las aceras.
Ya me había rehabilitado, estuve en tratamiento durante un periodo muy prolongado; aunque no mencioné mi problema con las drogas, más que de paso, ya te podrás imaginar, pues cada uno de nosotros se enfrenta a las mismas tentaciones y la carne es débil; aun más cuando tienes un dolor real, sea en el cuerpo o en el alma y no encuentras alivio.
Fui adicto, era un gran problema, siempre cargué con él, y pues, en estos momentos, mediante una gran voluntad y mucho dolor, alcancé la libertad del hombre que nunca ha probado las drogas.
Lo paradójico de los intoxicantes es que esa libertad que buscas, es la que precisamente pierdes cuando te inicias en ellos.
Puedo hablar por propia experiencia..., quien diga que controla las drogas es un idiota o de plano está mintiéndose a sí mismo, porque tú nunca controlarás ese demonio, él te controla a ti y te hará suyo, se apoderará de tu alma descarriada y te arrastrará sin piedad por sus infiernos de mierda; te atormentará cada segundo entre sus llamas devoradoras y no te dará sosiego ni un solo día, ni una sola hora, ni un solo instante.
Y cuando no lo tengas cerca, llorarás porque te vuelva a hacer añicos en sus garras putrefactas y gritarás cuando te golpee con su mano de hierro al rojo vivo, pidiendo más y más como una puta insaciable que se destruye a sí misma encima de un macho cabrío que le tortura rompiéndole las entrañas.
Ese mundo de las drogas es donde mi alma una vez fue corrompida y la química de mi cuerpo hizo reacción con los elementos de su éxtasis, allí donde todos los espejismos, sueños, visiones, y alucinaciones se confunden con la realidad; donde te puedes encontrar a Dios o el mismo Satán y a todos los niveles intermedios entre ellos.
Allí donde se entierra en el lodo de la vida el corazón destrozado de un pobre hombre que quiso ser más que los demás y sólo encontró su propia destrucción.
Allí está la droga y a un lado está Satán, quien te enseñará las mieles de la tortura y el elixir de la muerte.
Ya sabes, y te dedico este párrafo para que entiendas lo que sucede cuando te esclavizas por propia voluntad a este maldito vicio, buscas lo que jamás encontrarás en él y en el camino tropezarás con los obstáculos terribles que no deseabas para tu vida.
Recuerda que la decisión siempre es tuya…
Volviendo a lo nuestro, el trabajo en el que me desempeñaba era sencillo, pero honrado; me dedicaba a cargar contenedores con un montacargas.
No era lo mejor, pero era suficiente para mí y mi familia.
Obtenía lo necesario para ir pasando el momento y tenía todo a la mano.
No es fácil vivir honradamente en un tercer mundo, y menos cuando se carga con una familia, pero ¿quién dijo que la vida sería fácil?
Cuando buscaba la libertad y esa felicidad de todo lo que no cuesta nada, me perdí entre las drogas, el alcohol y la indigencia.
Ahora que quería progresar sabía que había que trabajar duro para obtener el mínimo y que los placeres no llevan a otro lado que a la perdición, no sólo de la que hablan los religiosos, que está demás mencionar por ser lugar común, sino la del cuerpo y su corrupción, y la de tu patrimonio y tu familia que son las cosas por las que  has luchado toda tu vida, y todo lo pierdes por un maldito momento de éxtasis.
Mira, no sé mucho de esas cosas, pero hay quien afirma que si haces el bien, te va mal y si haces el mal, entonces progresas, claro que tal aseveración no es general, aunque muchas veces es cierta; por ejemplo, eres vendedor de sustancias ilegales o asesino a sueldo, te podrá ir bien aparentemente; pero al final te encontrarás en el lugar que te pertenece.
Que triste que el hombre se pierda por culpa de la ambición. Si no tienes escrúpulos y tienes unas grandes ganas de progresar, es cierto, lograrás hacer dinero, pero, al precio de perder tu alma y de paso la de los tuyos.
Prefiero la humildad, la pobreza y hasta la indigencia, que dañar a un hermano, una hija o una esposa por mis malas acciones.
Y ese que hoy está arriba, que su ambición lo hizo robar, asesinar, aplastar, dejarse coger y que es capaz de comerse una mierda para obtener más poder, a ése que me llama perdedor, que me llama mediocre, basura y todos los adjetivos peyorativos que se le ocurren, a ése le digo que prefiero ser pobre y no tener la boca con sabor a mierda.
¿Te causa risa esa dignidad?
¿Qué me queda después de haber vivido entre la inmundicia y no tener nada que ofrecer más que este corazón y estas manos para trabajar?
Humanidad sigue juzgando por la apariencia y seguirás besando los pies de los come mierda.
Escuché alguna vez en algún lugar la siguiente expresión: "Ante los ojos de Dios todos somos iguales, unos poseen el bien, otros... todos los males". ¿En cuál de los dos grupos te encuentras tú?
Y adivina en boca de quién ponía el autor estas palabras...
Cuando tiendes tu mano al bien y éste te devuelve una serpiente, ¿qué te queda?
Aferrarte al mal, pero, ¿a qué precio...?
Somos pocos los que logramos salir de ese agujero. Es la maldita debilidad de la carne, lo que hace que caigamos en el abismo, porque siempre que uno de tus hijos, ¡oh Dios!, se cae, el Diablo mete la mano y lo levanta.
Por culpa de esa debilidad sentimos hambre, frío, desamor, tristeza, dolor y todas las causas de flaqueza que te puedas imaginar. Y luego tus hijos, ¡Dios mío!, juzgan con la mano acusadora, como si ellos fueran, tú mismo en persona.
Pero volviendo a lo que nos importa, o al menos, lo que a mí me incumbe, querido amigo, prosigo con mi relato:
Con ese trabajo lo tenía todo, bueno, casi todo, pero un día...
Miserables..., un día, —y ese día fue ayer—, llegó un auto negro hasta donde me encontraba tranquilo esperando un autobús que me llevaría al trabajo, se bajó un tipo de traje y me dijo que él me había visto defender hacía varios años a una de aquellas niñas a quienes querían usar como objeto sexual, y que ahora lo pagaría caro.
Se bajaron otros hombres, y me encañonaron con unas AK47.
Me golpearon una y otra vez, hasta que se cansaron; con un soplete me quemaron la piel y luego me encadenaron a un árbol con hormigas y me llenaron de miel. Se retiraron riendo a carcajadas, como si les causara mucha gracia sus acciones.
Al cabo de unas horas, cuando ya no soportaba más, llegó alguien que me vio y llamó la policía, todavía tardaron unos treinta minutos en aparecer y desatarme del árbol.
Así que, les dio tiempo a las hormigas de corroerme un poco más, hasta que por fin me liberaron, y me trajeron a este hospital donde hoy te cuento mi historia y estoy al pie de la muerte y sin esperanza.
Quiero que vayas a mi casa, esa que está en la calle tres de la colonia Madrigales y le digas a mi esposa lo que ha sucedido, que le entregues la quincena que traía en la cartera y olvidé sacarla la noche anterior; y si te compadeces de mí, le compres un ramo de rosas y se lo des de mi parte, también el nombre del hospital y espero que aún me encuentre con vida cuando le hayas avisado.
Preguntas por qué no le mandé a llamar a ella primero.
Te lo voy a decir amigo mío.
Tengo otro último deseo antes de dejar este mundo, y cuando te lo haya dicho, entonces comprenderás. ¡Ah!, si me muero, querido amigo , tú que eres soltero, y que eres mi amigo, corteja a mi esposa, si es que ella es tu tipo y sé que sí lo es, y sé que ella te corresponde, hazla tu mujer, y gobiérnala, se un verdadero compañero como lo era yo.
Te sorprende escuchar esto, pero así es, siempre lo supe, sabía lo que había sucedido entre ustedes cuando estuve en la cárcel, y que ella poco a poco comenzó a amarte a ti, aunque nunca hablara de ello, también pude ver el amor en tu mirada cuando estabas cerca de ella después de haber recuperado mi libertad.
¡Espera!, no tienes que explicarte, cualquier cosa que digas está de más...
Las cosas tienen una razón de ser, tú apareciste como lo haces ahora, en el momento que ella más necesitaba un apoyo, y aunque no lo creas, le doy gracias a Dios, de que así haya sido, no estoy celoso, no quiero que pienses que estoy enojado contigo, así es el corazón, y ¿quién puede mandar en él?, también sé que no la has tocado y eso habla muy bien de ti, pues a pesar de todo, demuestra que eres un caballero.
¿Cómo sé todo esto?, eso no importa, lo sé y eso es todo, como lo supe no es trascendente, si nunca dije algo fue por respeto a nuestra amistad y en nombre de ese amor que le tengo a Aurora, que sólo deseo lo mejor para ella y su felicidad es la mía también.
Ahora que quedará viuda, estoy muy feliz de dejarla contigo, sé que eres un hombre de bien y que siempre le cuidarás igual o quizá mejor que yo.
No me preguntes nada más, si muero, desde donde esté, si Dios me da permiso de volver a verlos, te estaré eternamente agradecido, te doy licencia de que te acerques a ella, sólo con la condición de que siempre veas que no le falte alimento e imagino que de este modo mi hijo no pasará hambre, que esa sea mi última voluntad, pero no quiero que ella se encadene a un hombre, sólo por hacer lo que a un moribundo se le ocurre, te ruego querido amigo que, si decides casarte con ella o si no, no le hables de ésto, sólo así estarás seguro de que lo ella decida, es por amor y no por obligación, y ahora, ¡anda ve y aprieta el paso!, porque creo que mi hora se está acercando, puedo sentirlo, escucho los pasos de la muerte que van cortando la distancia que los separa de mi lecho, ve amigo, anda ve...
¡Oh Dios mío! No es la muerte quien ha llegado, veo tres siluetas que se acercan hasta mí entre una luz tan fuerte que ha cegado mis ojos.
Pero si es mi madre santa acompañada de mi padre, que felicidad volver a verlos otra vez. ¿Y quién es ese hombre que camina a un lado de mis padres?
Que ciego fui, ahora lo entiendo todo, ese señor de mirada bondadosa que les acompaña y que lleva una mano en el corazón, se llama Jesús.
Pero, ¿dónde estaba Dios cuando fui golpeado por todos los sufrimientos de la vida?
Ahora todo es claro, Dios estuvo siempre a mi lado, al igual que estaba al lado de su hijo cuando este fue conducido al Calvario, aunque nunca pude comprenderlo.