Viví muchos años bajo el techo más grande y hermoso que existe; el brillante cielo de los días de verano y la bóveda celeste cuajada de estrellas en noches de primavera.
Mis años transcurrieron bajo el resplandor de esos luceros matutinos que a veces traían con ellos buenos augurios; aunque la mayoría de los días me hacían desdichado.
Con tanta suciedad en el cuerpo y el rechazo de toda la humanidad, intentas vivir, redimirte y olvidar; pero cada día tus semejantes te comprueban de alguna manera —esas que sólo ellos saben usar para este propósito—; aunque quizá no sea verdad, que estás demás en el mundo.
Son inocentes, no se dan cuenta de lo que hacen.
Yo no quería estar sucio, tampoco deseaba tener ese semblante desagradable, pero que podía hacer, si no tenía un hogar donde tomar un baño o un guardarropa como cualquiera de ellos.
Me juzgaron antes de conocerme, porque mi imagen era diferente, sin darme una oportunidad de mostrar este corazón que poseo, que era mi única gracia y cuando estaba rebosante de buenas intenciones, podía ser la virtud más grande que puede poseer un ser humano.
Si sólo se hubieran asomado dentro de él..., si sólo hubiesen revuelto entre las ruinas de mi deshecha vida y se hubieran dado la oportunidad de encontrar lo que allí estaba enterrado.
Esa gran necesidad de amar y ser amado, lo que de bueno aún latía dentro de él; tal vez se decepcionaran de igual forma, pero cuando menos no hubiese sido antes de haberlo intentado realmente.
Tenía deseos de encontrar amigos, de ser aceptado por todas las personas, de que alguien abriera sus brazos para estrecharme como lo hace un padre a un hijo o un hombre a su hermano, pero siempre encontraba rechazo.
Como es cierto que de la gente con hogar algunas veces no surgen buenos elementos, también es verdad que de personas como yo puede salir alguna excepción, si sabes cómo llegar a nuestro corazón, o acaso crees que nosotros no somos capaces de amar y de luchar por algo en lo que creemos.
Esas personas que pueden resultarte tan repulsivas guardan en su interior sentimientos tan nobles como cualquier ser humano, solo que no somos capaces de llegar a verlo, quien conozca un poco más que el común de los mortales el alma humana, sabrá de lo que hablo. Cuando no te conoces a ti mismo, no puedes ver lo que hay dentro de ti, y no sabes de lo que eres capaz en un momento determinado; ésto lo reflejas a los demás.
Etiquetamos a las personas, como buenas o malas, feas o hermosas, viciosas o virtuosas; pero olvidamos que en todos los seres humanos están todas esas posibilidades latentes y que solo salen a la superficie unas cuantas, las cuales se encuentran a simple vista, pero una persona hermosa es capaz de actos horribles y pervertidos, igual que un vicioso es capaz de enamorarse y sacrificarse por dicho amor, sólo hay que ver lo que no se puede percibir con los ojos y te darás cuenta de la gran cantidad de posibilidades para cada ser humano y que eso que ves, tal vez es precisamente lo contrario.
¡Claro que no es un tal vez!, siempre es lo contrario, porque la mayoría de las personas esconden su lado oscuro, que es el que no desean mostrar a los demás y actúan a la inversa de lo que realmente son, y muchas veces no se dan cuenta de ésto porque lo hacen inconscientemente.
Sólo por ilustrarlo, te comentaré que una persona que grita para intimidar, es precisamente la más débil de carácter; el hombre que más hace alarde de virilidad, quizá sea impotente; la mujer que se asuste más de los hechos naturales de la vida, quizá sea quien más los ejecute y que el hombre que grita a los cuatro vientos una hipotética conversión causada por el encuentro de Dios, sea quien peor lleve a cabo sus designios.
Con esto no quiero afirmar que todos sean buenos, pero sí deseo hacer notar que muchas de las acciones detestables de gente como nosotros tiene sus orígenes en la forma desagradable en que personas como tú nos juzgan y nos tratan.
Así es, todo tiene una causa, y no intento cambiar estas cosas.
¿Qué podría hacer alguien como yo para que recapaciten los demás, si sólo con verme ya te has hecho una mala imagen de mí? No soy tan ambicioso, sólo deseo que comprendas que hay otra cara de la moneda, esa donde nadie quiere echar un vistazo.
Alguno puede llamar apología del vicio a estas ideas, pero creo que ya he puesto bastantes ejemplos de lo que quiero decir, como para que te des cuenta que no quiero encontrar una justificación a los males de este mundo, sino, recordar que todos cometemos errores y que, si comenzásemos a aceptar esto, quizá el mundo que le legáramos a nuestros hijos sería mejor.
Mientras tanto, ya que esto no es posible, continuaré con la memoria de aquellas horas lejanas de mi pasado por las calles.
Había días en que tenía alucinaciones, a veces me imaginaba que veía llegar a Dios entre nubes de fuego y el estremecimiento de la tierra; me rescataba de la oscuridad en la que había vivido hasta entonces para llevarme donde la luz nunca se termina.
También había otros días —y estos eran más comunes—, en que veía monstruos que me atacaban y querían devorarme; todo era horrible y después esos terroríficos episodios de espantosas alucinaciones, siempre me encontraba golpeado o lastimado, sin recordar exactamente lo que había sucedido. Esas sustancias estaban acabando con mi mente, mi vida ya no era tan grata cuando tuve la necesidad de utilizarlas.
No lograba apreciar el placer de la amistad o de la compañía, no sabía ni quien era, ni como me llamaba; todo esto era el resultado de esas noches sin nada en el estómago.
Por tener que aguantar esas heladas tuve que volverme adicto a sustancias tan tóxicas como el mismo veneno y por culpa de ello aún mi mente desvaría alguna vez.
Recuerdo una ocasión en la que un pequeño e inocente cachorrito venía tras de mí, pero en mi delirio, en lugar del canino, vi un lobo negro que me atacaba y me defendí; lo pateé hasta que le dejé desecho, cuando recuperé mis cinco sentidos, el animalito estaba junto a mi agonizando y me lamía la cara lastimeramente.
Ese hecho marcó mi vida para siempre y deseé emprender el camino de regreso a la vida normal, pero me faltaban fuerzas para continuar y volvía a tropezar, esos fueron sólo los inicios de una terrible lucha. Gracias a Dios no cargué en la conciencia con la muerte de aquel pobre pequeño, porque se recuperó de mi maltrato y desde entonces caminó junto a mí hasta que le llegó la muerte de manera natural.
También le doy gracias a Dios de haberlo encontrado, ya que me dio la lección más grande de mi vida; me di cuenta como me estaba destruyendo y a qué grado podía causarle daño a un inocente.
Pensé en lo que hubiese pasado de estar frente a un hijo.
¡Sabía que ibas a preguntarme eso!, precisamente por eso mencioné este trágico hecho.
No golpeé aquel animal conscientemente, era a una bestia de la que me defendía, eso era lo que veía, solo le pido perdón a Dios por ese episodio de mi vida. Tal vez existan personas que realizan actos parecidos sin ningún remordimiento, yo no puedo juzgarles, porque desconozco los motivos que les mueven, como de seguro, quien haya visto lo que hice tampoco conocía los míos.